lunes, 15 de abril de 2019

AMARGURAS, CIEN AÑOS.




Manuel Font de Anta la escribió de un tirón en una sola mañana.
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En los principios de mi vida profesional en Radio Nacional de España en Sevilla, José Luis de la Rosa, profesor universitario, cofrade del Calvario y de la Hermandad de San Roque y pregonero de la Semana Santa de 1951, redactaba y dirigía la emisión Ierusalem que ponía en antena con la ayuda del cofrade macareno Juan Marín Vizcaíno, la más antigua de la radiodifusión hispalense, anterior a “Saeta” de la Cope y, por supuesto, “Cruz de guía” de la SER.

Quise completar esta oferta radiada y, en 1955,  cree “Pregón” un programa semanal que inmediatamente disfrutó de notable audiencia.

Fruto de estos trabajos fue la entrevista que hice a la familia Font de Anta en su residencia de la calle Miguel Cid, donde José daba clases particulares de violín y regía la delegación en Sevilla de la Sociedad de autores y Julio ejercía su profesión de abogado en el bufete que había instalado en otra de la estancias  de la planta baja de aquella casa.

Entre una oficina y otra merodeaban sus tres hermanas, siempre de luto riguroso.

Julio, al término de la charla, me dejó unas hojas de amarillento papel cebolla impresas con hojas de calco para máquinas de escribir, que conservo celosamente.

Con los datos que también guardo de aquel programa radiofónico  redacté un capítulo en mi libro “Días de Cofradías”.

Allí me contaron cómo se compuso “Amarguras”. Les agradaba recordarlo. Todos lo sabían y lo narraban con tan minuciosa descripción que no tenían que corregirse.

Se quitaban la palabra de la boca. Aunque, como siempre, era Julio el que llevaba la línea expositiva.
          — Mi padre se lo había pedido muchas veces...
          — Pero él no lo atendía, absorto siempre en el vértigo de su vida madrileña...
          — Entonces papá acudió a un recurso...
          — Y le mandó por correo a la Torre de los Lujanes, donde él recibía la correspondencia, una foto de la Amargura...
          — Con una carta en la que le escribía: “Ya que a mí no me haces caso, no creo que a la Virgen que te mando se lo niegues”.
          
— ... y le mandó la partitura original a nuestro padre diciéndole: “Papá, lo que a ti, por mi mucho trabajo, te he estado negando, no puedo negárselo a Ella”

Todos coincidían en recordar que, según confidencias posteriores del compositor, la escribió de un tirón en una sola mañana...

Corría 1919.La marcha se estrenó el 13 de abril. Manuel Font de Anta cumpliría los treinta al término del año.

El compositor mantenía una relación sentimental con una guapa intérprete de su música, madre soltera de un adolescente que se había apuntado a la Falange.

En los comienzos de la Guerra Civil, este mozalbete  fue perseguido un día por unos milicianos iracundos que lo siguieron hasta su casa, el apartamento que Manuel compartía con su pareja en la Torre de los Lujanes.

El chico lo cruzó corriendo, ante el músico que lo miró sorprendido  sentado ante el piano en el que trabajaba, y escapó por una ventana que daba a un tejado.

Cuando irrumpieron en la estancia, sus perseguidores se sintieron burlados y pagaron su ira y rencor descargando sus pistolas sobre el músico sevillano.

Esta versión la leí también en un libro sobre la música de las cofradías que no tengo ahora a mano.

Sin embargo, hoy, los herederos del artista mantienen otra distinta que difiere en los pormenores aunque llega al mismo y funesto desenlace final.

Según ésta, tanto el muchacho como Manuel fueron apresados y conducidos en una camioneta de la que ambos quisieron escapar por lo que sus captores  se vieron obligados a disparar acabando con sus vidas.

Este intento de fuga sería imposible, como objeta la familia, en el caso del músico, imposibilitado para saltar a causa de una temprana dolencia que afectaba a su movilidad.

Lo cierto es que Manuel Font de Anta fue asesinado por aquellos milicianos cosa que debería figurar en esa Memoria Histórica que hoy se maneja tanto.

Sus restos mortales llegaron a Sevilla en la primavera de 1940.

Había mucha emoción en los andenes de la Estación de Córdoba. La Banda Municipal acudió a recibirlos. Su padre que era su director, no pudo ir al frente. Se quedó en casa con la madre y la familia. Todos convertidos en guiñapos por el mismo dolor que humedeció los ojos de los que fueron a esperar el tren. Sus amigos, la representación del Ayuntamiento, la del Ateneo, la de la Sociedad de Autores...

Y  sonó “Amarguras”.

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