Viene en los tratados taurinos. Busquen la palabra “sentimiento” y verán como la encuentran. Y también “torear con sentimiento”. Cesar Jalón en las “Memorias de Clarito” matizaba que era un precepto belmontino.
El torero que se atiene a él crea belleza.Los puristas, ortodoxos de análisis frío y cerebral de la fiesta, pueden aducir que anida en los aleros del Aljarafe, como los vencejos o las golondrinas.Pero se equivocan. Los sentimientos se extraen de la profundidad del corazón y fluyen por las venas hasta llegar a los dedos de la mano y mover las telas del engaño que engolosina al enemigo y adormece sus deseos de venganza y sangre.
Curro Díaz toreó con sentimiento al segundo de los toros que estoqueó en la tercera del abono sevillano. Y eso le valió una oreja en la Maestranza. No la cogida a destiempo que erizó a los espectadores con el calambre presentido de la tragedia, ni la estocada tras el prólogo inoportuno del pinchazo. El sentimiento, ese repeluco indefinible que recorría la espalda de quienes presenciaban su toreo en redondo llevando hipnotizado al toro en el comienzo de su faena.
Curro estaba toreando para él y para quienes se sentían tocados por el ala azul del ángel del toreo. Ese que nunca fue a las Escuelas de tauromaquia ni se sentó ante el ordenador de la crítica. Pero que sigue trazando la senda etérea por la que algunos toreros, sin proponérselo, son capaces de llegar a los tendidos.
1 comentario:
No se si dice todo esto usted por alugos que hablan del "Pingui" o algo así, no?
A mi también me ha moslestado esa crítica foránea y con acento castellano.
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