Un familiar mío que se ha pasado las vacaciones de Semana Santa en Sevilla me confesaba con gesto entristecido antes de tomar el Ave de vuelta a su trabajo habitual que no podía evitar “el bajón”.
El director de una publicación de no desdeñable tirada, con quien me crucé en la calle, aprovechaba esas frases apresuradas que suelen emplearse en tales ocasiones para hacerme una confesión similar.
Y yo, en consecuencia, tras estos testimonios que puedo esgrimir como muestra de una cierta situación de determinados ciudadanos, no tengo porqué cubrirme el rostro de simulación o hipocresía para reanudar la redacción de estos textos, válvula de escape de la vieja profesión periodística que uno cultivó siempre, llevando a cabo una confidencia parecida: padezco un bajón.
Es fácil entender que el termino no dispone de otro significado que el de depresión y que ésta viene motivada por la finalización del gozo semanasantero.
Ignoro que opinará acerca del tema mi admirado amigo el doctor Javier Criado, avalado como es sabido por su doble cualificación, cofrade y profesional. Me inclino por no rebuscar opinión ni enjaretar dictamen. Simplemente constato el hecho y me inclino a pensar que es un transitorio malestar del ánimo no debido a virus alguno sino a esa ausencia para la que solo un remedio es posible, la lectura de la tablilla que llamará nuestra atención tras el mostrador de los bares tradicionales: Faltan 348 días para el Domingo de Ramos.
Esto es así porque el Calendario del 2010 ofrece estas fechas significativas:
El 17 de Febrero, Miércoles de Ceniza
El 28 de Marzo, Domingo de Ramos
El Jueves 1 y el Viernes 2, Jueves y Viernes Santos.
Y el 4 de Abril, Pascua de Resurrección
Como todos los años sucede lo mismo lo que podemos hacer también es comprobar de qué diferente manera nos viene afectando a medida que el tiempo deposita con cada ciclo un brochazo más de cal en nuestra cabeza y un saquito de nostalgia en el corazón.
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