lunes, 6 de julio de 2009

Torerazos y torerillos.

Interesante y hasta con apariencia de histórico el fin de semana taurino. Barcelona se erigió en polo de atracción irrefrenable para oleadas de aficionados de todo el pais, de Francia e incluso de allende los mares.

Otra vez se escribieron las doradas páginas que llegaron a suponerse ajadas e irrepetibles del torero captador de voluntades y de los públicos enloquecidos y dispuestos a todo con tal de no perderse su actuación. José Tomás fue el mago y la plaza catalana la del ambiente único de grandes acontecimientos para masas hipnotizadas.

Tarde de triunfo, aunque no excesivamente victoriosa, con expectativas cumplidas a medias. El diestro de Galapagar, rebosante de valor y sangre fría, cortó cinco orejas. Tan solo dos de un mismo toro. No hubo “rabo”. Pero sí dos sobresaltos: un par de volteretas, una en el tercero por perderle la cara al animal en un despiste imperdonable, y otra en el quinto, tras un aviso de colada, cuando el cansancio le dejaba, con pocos reflejos, a merced de su enemigo.

Fue la apoteosis de la temeridad pocas horas después de que José Antonio Morante de la Puebla hubiese inundado de arte y magia taurina la plaza portuguesa
de Campo Pequeño y en Arévalo se inaugurase el coso con reses de Salvador Domecq a los que El Cid cortó tres orejas,dos Miguel Angel Perera y otras tantas Francisco Rivera Ordóñez.

La crisis hace mella en la novillería.En el círculo áureo del escalafón superior apenas se nota. Mientras la corrida barcelonesa saltaba a las antenas de las radios, la televisión,Canal Plus,iniciaba la difusión del serial pamplonica transmitiendo la habitual novillada de Miranda de Pericalvo que,esta vez, pasaportaron Alejandro Esplá, Pablo Lechuga y Luis Miguel Casares, tres novilleritos, con respetables antecedentes familiares en la torería andante, que la dejaron íntegra para el arrastre, o sea sin que ninguno fuese capaz de arrancar ni una solitaria oreja.

Igualito que lo que ha sucedido en la Maestranza las últimas tardes del abono novilleril. Novillos que se dejaban y novilleros que no cruzaban la línea impalpable del arrojo y la decisión. Niños crecidos entre halagos anticipados a su supuesta torería muy lejos de aquellos que le arrendaban a Manfredi un vestío de torear y se lo devolvían como un sacudidor en aquellas décadas románticas de los cincuenta y los sesenta cuando salían de los chiqueros los toracos imposibles de Guadalest o los veragüeños de Prieto de la Cal a los que cortaban orejas Carriles, Carrión o Ruperto de los Reyes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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