Cuando hablamos de los pregones literarios, de las exaltaciones discursivas religiosas o profanas, nos olvidamos de los pregones auténticos que son los que toda la vida de Dios han nacido en la calle como altavoces peregrinantes de bienes o servicios.
A voz en grito anunciaba sus habilidades el afilador y el que echaba a las mecedoras asientos de rejilla, el que vendía flores y el que ofertaba escobones.
Este último lo recuerdo con voz cavernosa y un prolongado final de palabra que llegaba a bordear el eco del insulto. “¡..cobonee… cobonee… cobonee…!
En la discoteca de la memoria sentimental de la ciudad se archivan los ecos de esas tonadillas comerciales que nacían durante todo el año o aparecían en determinados meses y desaparecían cuando estos caían del almanaque. Los de las flores en sus diversidades botánicas eran pregones de primavera como el del cisco o el carbón de la estación invernal.
El verano resultaba pródigo en ellos. Si afilamos los recuerdos escucharemos los de los jazmines… los de los camarones y unos muy especiales que ofrecían barquillos y “goolfly parisiens”, palabras en camelo sevillano que servían a un simpático vendedor ya entrado en años a adornar su mercancía con el atractivo de un titular exótico de su personal invención.
Los barquillos los ofrecía un vendedor muy serio y de circunspecta voz que repetía de modo monocorde “¡ barquillos de canela! ”. Recorría diariamente las mismas calles y solía verse en ellas cuando empezaba a caer el sol que era el momento en el que aparecían los regadores del Municipio para refrescar los recalentados adoquines de las vías urbanas.
Los “gulflais parisians” que era como los pregonaba su vendedor, se mostraban en una impoluta bandeja que el hombre trasladaba a mayor altura que la de su cabeza, que ya era cana y peinada con unas ondas copiadas de cualquier cartelera de película francesa. Vestía pantalón oscuro y una planchada camisa blanca y se cubría con un largísimo delantal que le bajaba hasta los zapatos. Como se ve todo un espectáculo callejero que probablemente le servía para incrementar sus ventas.
Escenas del tiempo ido. El pregón de la crisis puede seguir siendo el del chamarilero que recorre las calles de los barrios con su cantinela triste: “ ¡ compro las camas viejas… los hierros viejos… los compro ! ”
El hombre de los jazmines es posible que pase también con las moñas apretadas en su canasta de mimbre y en el fondo de la caja de resonancia de nuestro recuerdo personal resucitarán las notas almibaradas de las palomitas cordobesas:
“¡ palomitas cordobesas… qué ricas y qué buenas ! ”
¡Ay qué tiempo aquel!
3 comentarios:
Y al rico koki, don José Luis.
Cuantos recuerdos me ha recordado con su entrada.
Gracias, saludos.
Me alegro. Un abrazo
Y ese que decía: AYYYTUUUUUNAAIÑÄAAA!!!
Que quería decir: Aceituuuunas aliñaaaás!!!
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