Estarán en el asiento.Bien alisadas las medias. A los pies, las negras zapatillas queriendo ser guantes. Y el chaleco y las taleguillas relucientes colgados en el respaldar. Y llegará la hora y el espada, cumpliendo ese rito que se repite antes de cada corrida en muchas habitaciones de hotel, empezará a ser embutido en el vestido de torear.
El vestido fue antes que el traje, pontificarán los eruditos. Y añadirán que éste llegó cuando Paquiro decidió colgarle borlas y alamares. Da lo mismo. Aquí se le llamó siempre así y esa ceremonia resulta cercana, familiar y de notable similitud con la que se lleva a cabo en otros ambientes y circunstancias de la vida sevillana: vestirse de nazareno, de monaguillo, de armao, de mantilla o de flamenca.
Siempre con un cumplimiento certero de las viejas normas.Las que no se escribieron ni se escribirán en parte alguna.Las que no fueron codificadas en el manual de consulta de los ceremonieros o los jefes de protocolo simplemente porque sería ocioso hacerlo.Porque todos las recuerdan. Tan profundas fueron roturadas en la memoria colectiva de la ciudad.
Pasarán de abuelos a padres. Y de padres a nietos.Perpetuandose en el tiempo Con los retoques ligeros que aconseja el devenir de los días y el mejoramiento de la vida cotidiana.
Las breves vestiduras albas, las sobrepellices o los roquetes con que habrían de figurar en el cortejo penitente los más pequeños de la casa con el privilegio concedido a su inocencia de la proximidad al paso, entre vaharadas de incienso y olorosa cera virgen ardiendo, se lavaban cada año, pasado el Domingo de Resurrección, en la colada de la azotea y se guardaban, tras haberlas secado al sol, cuidadosamente dobladas entre el perfume de las alhucemas. Un capitulo parcialmente modificado con la irrupción avasalladora de la lavadora y el detergente. Lo demás, por fortuna, permanece igual.
Sigue habiendo niños… y niñas.Y continúan iniciando su currículum vite cofrade subiendo su primer escalón. El físico lo habrán hecho en la Función principal de Instituto de la mano de sus progenitores. El sentimental, ahora, dentro de poco, en la cofradía. Unos y otras miden con la cadencia de sus miradas el tiempo que falta para que el vestío deje de reposar sobre la silla… y unas manos cariñosas, expertas como las del ayuda de cualquier torero… empiecen a vestirlos de monaguillos.
2 comentarios:
Intuido es el rito más que aprendido, porque se lleva en la sangre.
Totalmente de acuerdo,Sibelius.
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