jueves, 22 de septiembre de 2011

Campos de soledad.

A las ocho sonaban las sirenas. No eran los aullidos de las ambulancias. Ni las alertas de la proximidad de los patrulleros de la policía. Se trataba de las sirenas industriales que atronaban el aire anunciando la entrada de los obreros en las fábricas.

Se oían hasta en la plaza de San Lorenzo. A las puertas del templo del Señor del Gran Poder. Porque había fábricas y talleres importantes en la cercana calle Torneo y en San Vicente… y hasta en Teodosio.

Hoy no queda nada de eso. La trompetería ululante que anunciaba el comienzo del turno laboral no existe. Nadie entra al trabajo porque no lo hay. Los únicos que tienen un puesto son los políticos, pero no necesitan sirena. No tienen que picar. Y faltan a sus obligaciones cuando les da la gana.

Viendo la televisión estaba yo en los momentos inmediatamente anteriores a sentarme ante el ordenador y se me ha quedado en la retina la imagen desoladora del hemiciclo vacío que recogían las cámaras en la transmisión directa desde el Congreso. Se debatía ese impuesto imperfecto (lo dice hasta Rubalcaba) del patrimonio. Nueva carga fiscal para unos inexistentes ricos porque los ricos se han ido de España o se han quedado en ella, pero se saltan el tributo a la torera protegiendo sus dineros en sociedades anónimas o en esas inexpugnables Sicavs.(Sociedades de inversión de capital variable) contra las que no puede el Fisco.

Hablaba Rosa Díez. Escuchaba una hierática Ministra de Economía escondiendo el rubor que probablemente le producían las palabras de la oradora en una forzada sonrisa. Y el vacío era terrorífico.

Ya ni los que viven del presupuesto van a trabajar. Por eso no hay talleres ni fábricas cerca del barrio de San Lorenzo. Ni en los pueblos donde antes los había. Antonio Burgos lo recordaba el otro día en su Recuadro de ABC. Vino este verano en un tren desde Córdoba a Sevilla por la vía antigua. Y le dio pena ver el paisaje que se ofrece por Posadas, Palma del Río, Peñaflor, Lora, Los Rosales, La Rinconada…fábricas cerradas, azucareras abandonadas y en ruinas, silos antiguos, inservibles… factorías como la de azulejos de Peñaflor, clausuradas…

Inevitablemente me acordé de los versos de Rodrigo Caro: “Estos, Fabio, ay dolor que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron en tiempos Itálica famosa”

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