sábado, 7 de diciembre de 2013

LA PLEGARIA MAS CORTA


Obligado es desde ayer mismo hablar de Ella. Escrita la palabra así con la inicial en mayúscula, se desvela su identidad. Ella es la que Martínez Montañés obtuvo de la magia de sus cinceles como imagen portentosa a la que el pueblo distinguió con el apelativo de Cieguecita… la que obsesionó a Bartolomé Esteban Murillo hasta que logró trasladar al lienzo su belleza inmarcesible … la que preside altares y retablos y es reproducida cientos de veces en piadosos azulejos murales y la que Coullaut Varela ascendió a la cumbre de un viril de ladrillos  para que,  entre azules de cielos incopiables y vapores de nubes acariciadoras, presidiese la Plaza del Triunfo.
Ella es la Virgen Inmaculada y vuelve a conmemorarse su día.
A Ella dirigimos una vez más la plegaria más corta que darse pueda. Con ella comenzaban en el siglo dieciséis todas las elocuciones concebidas con palabras sagradas. Era como un santo y seña que, tras pronunciarse la primera parte, había que contestar con la siguiente. Así pasó al lenguaje habitual de la vida ordinaria: Ave Maria Purisima, era la primera. Sin pecado concebida,la segunda. El santo y la seña.
Hoy, la hemos acortado dando por sabido su final y así…
Lo mismo suena a llamada urgente
que a dulce acento que del pecho brota
con tono siempre de materna nota
y queja, a veces, desde la pendiente.
Bogando, nauta de singlar valiente,
el lance al borde de la sima ignota
se acepta porque, como gaviota,
la Virgen vela sobre la corriente.
Mas, cuando el riesgo, con su acero, aterra
o se desborda nuestra logrería,
tras acechanzas que la vida encierra
al Cielo llega nuestra vocería:
A Ti clamamos, Madre, y nos alegra

decir el rezo breve: Ave María.

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