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Lo
cuenta el evangelista Lucas que era médico de profesión. No ginecólogo, no el
especialista en partos que atendió a Maria porque María dio a luz sola. Que
sepamos sin ayuda de mujer alguna y menos con atención sanitaria. No hubo
ningún Samur al que llamar. Ni dispuso siquiera de eso que hoy denominamos
asepsia. El pesebre donde Jesús nació tiene como sinónimos establo y pocilga.
Lucas
era médico. La escritura no dice más. Lo afirma Eusebio de Cesárea resumiendo
la tradición cristiana que le atribuye dos obras: el tercer evangelio y los
Hechos de los Apóstoles.
¿Cómo
fue aquello, qué fue?
Solos
la Virgen María
y
su señor San José.
Ese
quejido, esa alarma...
¿quién
lo escuchó aquella vez?
Esa
zozobra “¿te duele? “...
Ese
temor de mujer
de
madre joven que estrena
el
fruto de su preñez.
Sin
claridades de día
¿Cómo
sería sin ver,
con
el silencio rasgado
entre
la mula y la res?
Toda
la tierra expectante,
Todos
los ríos con sed
Todos
los nidos vacíos
Todos
los panes sin mies
Y todas las madreselvas
Y jacarandas sin miel
Sin
granazón, sin futuro,
sin
herederos, sin él
porque
El estaba naciendo
en un portal de Belén.
Y,
cuando el orbe lo supo
Y
se pararon los pies
de los que aprisa corrían
buscando
plata de ley
cabalgaduras
briosas
con
lujosísimo arnés
y los sillones de lujo
con
alfombrado escabel...
Todos
los ojos a una
se
deslumbraron al ver
que
en una cueva dormía
el
mismo Dios que hombre fue:
Un
niño recién nacido
entre
una mula y un buey.
El
eligió su portal
sin más riqueza ni oro
que ese pequeño tesoro
del doble aliento animal.
Una pobreza total.
Tan pobre del mundo era
que, si de nuevo naciera,
a buen seguro lo haría
surcando la mar más fría
a bordo de una patera
a
a bordo de una patera
a
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