Analizando la insólita feria taurina de este año y desde
la cómoda situación de la distancia de los compromisos y las ataduras, el tema
se presta al manejo especulativo de diferentes hipótesis.
Lejos todas ellas de sucumbir a las exigencias de los
amotinados a los que, desde el fondo del corazón de los despreciados, que no
son ni canoreas ni maestrantes, sino simples aficionados a los que este año se
les ha reducido la ocasión tradicional de disfrutar en su plaza con las
exquisiteces del toreo, no se les desea otra cosa sino que se pudran entre
comunicados arrugados y amarillentos papelitos reivindicativos.
Pero no puede silenciarse que Canorea y Valencia han
perdido la ocasión de oro de superar el reto y no se han mostrado ni creativos,
ni arriesgados ni generosos.Y así les ha ido. No han sido ni tan creativos como
para seguir innovando en la línea inaugurada con el anticipo de la corrida de
Miura al Domingo de Resurrección,ni tan arriesgados como para haber llegado a
un acuerdo con televisión que, en contra de lo que puedan suponer los
timoratos, aumenta el número de asistentes a cada festejo con el sector nada
despreciable de los que van a la plaza no a ver los toros,sino a que les vean
en los toros y no han sido tan generosos como para haber abaratado los precios,
no de los abonos, sino de las entradas sueltas.
Por si fuera poco se han traído los presuntos animales
bravos de los mismos hierros que resultan cómodos a las sedicentes figuras
ausentes, sin el sometimiento a los controles y sugerencias de sus veedores y
apoderados. Y eso ha sido algo así como comprar en las rebajas atendiendo antes
que a la calidad del género a la cuantía del descuento.
Rios de tinta habrán de desbordarse ahora penetrando en
las circunstancias del extraño y triste abono ferial de este año. En el mundo
de la empresa se manejan dos axiomas que tal vez convenga recordar. Uno
dice “Padre obrero, hijo empresario,
nieto, pordiosero”. El otro, “No manda el que ponen sino el que se
impone”.
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