jueves, 22 de mayo de 2014

LA NORMAL ANORMALIDAD DE UNA CORRIDA DE TOROS



No es un retruécano de palabras en busca de un titular pedante. La aparente anormalidad, el suceso inesperado, infrecuente por fortuna, de que un espectáculo sustentado en la gesta de sus protagonistas, tres muchachos vestidos de pajes palaciegos que desafían a cuerpo limpio la amenaza de las navajas asesinas de unas fieras irracionales, tenga que ser suspendido al ser  alcanzados por éstas y terminar en la enfermería, entra en la posibilidad más natural de un cálculo de probabilidades.

Es la verdad de una corrida. El sustento de su belleza épica. La Fiesta de los toros es el único espectáculo del mundo en el que se crean escenas plásticas y  se improvisan monumentales partituras de ballet ante la amenaza de la ruleta rusa de dos pitones afilados con la muerte entre sus brillos.

Y dicho esto y declarado el respeto para la decisión suicida de Fandiño que a muchos hubo de recordar la del histórico “loco Galán” y la ofrenda de David Mora similar a la que firmó siete veces,siete, pero con mejor suerte, en el pasado ciclo ferial de la Maestranza, Manuel Escribano, afirmo como aficionado antiguo que no me gusta ni una cosa ni otra.

Para ver matar a estoque a un toro bravo me voy al archivo fotográfico y a la colección de videos y me recreo con Rafael Ortega, con Jaime Ostos, con el Viti y con Manolo Carmona. 

Y para ver espeluznantes largas cambiadas a porta gayola me puedo quedar con las que hace hoy el torero rubio de Gerena de la abierta sonrisa, pero recordando los sabios comentarios de Emilio Muñoz sobre su inutilidad aparente.

Porta gayola: puerta del chiquero. Locución que procede de la lengua portuguesa. Lo sensato es arrodillarse en su proximidad, cerca del portón de los sustos, superadas las dos rayas de picar. En ese terreno, el animal bravo viene en derechura desde la clausura de su encierro y el espacio entre el ejecutante y las asistencias, ante la accidental cogida, es más corto.

En un caso y en otro, para matar a un toro sin muleta dejándose encunar entre sus astas o para recibirlo con una larga cambiada arrodillado en el ruedo hay que echarle mucho valor.


Loor y gloria para los que lo tienen y se atreven a demostrarlo.

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