Mi querido compañero en el arte de lo escrito, que es
Antonio y es García y es Barbeito de apellidos, se entretiene en su columna en
trazar libro de estilo de metrajes y de acentos para versos y modismos con que
puedan los futuros pregoneros sin oficio engarzar gloriosas rimas en pregones y
delirios.
Y va y dice don Antonio, que es poeta al que yo admiro,
que debía de abrirse pronto una tienda de lirismos que, a los bienes nazarenos,
de mayores y de niños, añadiera como oferta varios versos bien medidos.
Unas décimas redondas y sonetos gongorinos y romances
cadenciosos con la rima en octosílabo. Y cuartetos y quintillas y hasta versos
monorrimos.
Tienda nueva de poetas. ¡Qué delicia! ¡Qué ejercicio de
expresión enunciativa!
Sin ambages yo le digo que la idea me parece un hallazgo
felicísimo.
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