Jugábamos aquellos niños del tiempo ido por ciclos. Según
caprichosas épocas que nunca supe, ni me importó mucho saber, quien se
encargaba de implantar. Llegaban los días de jugar al aro y todos jugábamos al
aro. Aparecía un mozalbete con un trompo y ya estaba la totalidad de la
cuadrilla compitiendo a ver quien era el que lo subía mejor por el antebrazo. Y
luego las bolas. Y más adelante corretear por el barrio como policías y
ladrones…
Me he acordado de estos pasatiempos infantiles ante la
observación de un juego nuevo: el dedo en el ojo. Yo te lo meto a ti y te gano
si tu no eres capaz de superar esa jugada con la correlativa hazaña de dejarme
ciego.
Y, ¿cómo no?, se
han puesto con toda fruición a enseñarnos el divertimento los padres, las
madres y los tíos políticos de la Patria en los diversos ámbitos deportivos
conocidos coloquialmente como congreso o parlamentos cuyas imágenes se
apresuran a recoger inmediatamente todas las televisiones conscientes de que
sirven a sus audiencias programas de mayor atractivo que el Sálvame de Luxe.
El enfrentamiento oral de las Sorayas no tiene
desperdicio. Y más, los cominitos en el pasillo con el justificado taco de la
vice (un amigo piloto de reactores tuve yo que me decía que, en ocasiones, un
buen taco es como una jaculatoria) y el azoramiento de la opositora sin atinar a precisar ante los periodistas la
fuente de la temeraria reconvención que acababa de esgrimir desde su escaño.
Aznar le quiere meter el dedo en el ojo a Rajoy y Arias
Cañete, ese Papa Noel disfrazado de ministro, al que acaban de designar
candidato a las elecciones europeas, le hace el artículo al antiguo jugador de
dominó con los frailes en Quintanilla de Onésimo, ponderando su proyección
internacional para que le ayude en la campaña.
Mejor dejarlo como está. Ya se le pasará el enfado.Y no
quitarse las gafas.Conviene recordar el viejo slogan: Dos ojos para toda la
vida.
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