Me invitaron a ver pasar desde un privilegiado balcón la
cofradía de la Esperanza trianera ante la capilla de la Estrella en el curso de
su itinerario de regreso a su templo.
¡Qué maravilla! Qué derroche de trianerismo de la mejor
ley. Desde primerísima hora de la mañana del viernes santo se congrega en torno
a esta reducida capillita donde reside la Estrella una densa multitud que
invade los espacios circundantes. Todos saben lo que van a ver, lo que van a
vivir. Y no son defraudados.
La Esperanza viene de Sevilla. Acaba de cruzar el puente,
frontera de pertenencias y sentimientos. “Mira si soy trianero que, en cuanto
que paso el puente, me creo en el extranjero”, y ha rendido al Baratillo
tributo de educada vecindad. No ha terminado de afilar el sol sus rayos más
osados, cuando la nutrida formación de su banda de cruz guía luciendo unos
impolutos uniformes tomados de las galas de la gente de la mar, avisará de la
presencia del cortejo a golpe de parche y estridencia armónica de metal.
Y desfilarán tras ellos incansables nazarenos que
preceden y acompañan a los dos pasos, el de misterio de Nuestro Padre Jesus de
las tres caídas y el de la Virgen de la Esperanza que mostraran ante la
representación oficial de la Estrella formada con estandarte y varas en las
abiertas puertas de la iglesita.
El trabajo esforzado de las cuadrillas de costaleros aquí
se depura y alcanza valores sublimes de delicada orfebrería argéntea demostrando cómo se puede integrar un
conjunto sólido de ensayados acordes y movimientos sazonados con recuerdos de
los cantes de la Cava o del Zurraque.
Triana pura. Triana eterna. El año que viene, si Dios
quiere,a lo mejor se canta una letra mía de saeta. La escribí allí y se la deje
a mi consuegro, Antonio Jiménez, el dueño del balcón
De luz llena la
mañana
esa cara siempre bella
de la Virgen soberana
al juntarse con la Estrella
la Esperanza de Triana.
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