Otro Lunes Santo para la historia. Por muchos motivos. No
seré yo quien pretenda abordarlos todos.
Entre los excelsos y los prescindibles podría saltarme la mención de alguno que
otro, con lo imperdonable que resulta eso en algunos estratos cofrades.
Desde un incomprensible desencuentro entre costaleros,
capataz y contraguías en un pasopalio, afortunadamente sin consecuencias, según
dicen, y quiera Dios que milagrosamente haya sido así, hasta el tiempo
espléndido, las estaciones penitenciales ejemplares, dos saetas originales en
la Campana y el primer año que falta Manolo Yruela, delegado magistral del día
en el Consejo, la colección es harto completa.
Me quedo con lo último.
Su hermano Carlos que, como siempre, los pasados Lunes
Santos, mandaba el paso de la Virgen del Rocío, tuvo la entereza de pedir a la
cuadrilla una levantá al Cielo a su memoria.
Aquí va otra.
Algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Jesús, ese
muchacho carpintero, que Dios mandó a redimirnos y lo crucificamos entre dos
ladrones, como estamos recordando estos días, quería tanto a Lázaro, que lo
resucitó de entre los muertos.
Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo con Manolín. Amigo
y compañero de estudios. Cofrade y colega del grupillo que formó don Ugenio
(Antonio Burgos magister dixit) en la Hermandad de la Redención, aunque en él
aparecí rezagado y tardío.
En los libros que escribí sobre la Semana Santa siempre
estuvo él. Y en los programas, las retransmisiones y las series de televisión.
Manolin era un minucioso conservador de recuerdos, un bibliófilo de raros
incunables sentimentales cofrades.
Cuando Carlos levantó el pico del faldón de la delantera del paso yo no estaba debajo
de ninguna trabajadera. Mi corazón, sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario