jueves, 29 de mayo de 2014

DE LA BUENA ESTACION AL BUEN CAMINO


Al alcalde Zoido le voy a mandar un día de estos la lista de pequeños obstáculos que existen en las calles que suelo recorrer habitualmente sorteados o superados por los viandantes sanos, pero crecidos, molestos y hasta peligrosos para los ciudadanos de bastón.

Y le voy a sugerir que se detenga un rato en la consideración de los habitantes de la urbe que integramos el estrato sociológico de los de mayor edad que, por una u otra causa, nos vemos obligados a servirnos de ese adminículo tan antiguo como el paraguas y tan protagonista de los aguafuertes de Goya de la hispana disputa a bastonazos como de las enfermeras de la batalla de Solferino conduciendo cojos por heridas de guerra.

Cada día me encuentro más coetáneos míos apoyados y protegidos por esos palos torneados con empuñadura que hasta llega a ser de plata y que, aparte de sustentar el precario equilibrio nacido en la torpeza y el deterioro de los años, nos avisan, al modo de fieles perros labradores de compañía, de los obstáculos diseminados en la ruta.

En esta lista figurarán también los carritos de bebes conducidos por féminas apresuradas y los peatones dialogantes a través de los teléfonos móviles.

No me atrevo a precisar en cual de estos grupos reside mayor nivel de escondida agresividad. Los carritos tropiezan con nuestros talones en cuanto ocupamos en la vía pública el espacio libre que reclaman para su prisa. Las conversaciones telefónicas penetran en nuestros oídos con una imprudencia similar a la de las confidencias a voces de un penitente arrepentido.

Un caballero he tenido cosido al espaldar de mi chaqueta un montón de metros mientras ambos nos íbamos desplazando sobre el acerado. No me importaba en absoluto el tema de su conversación por el smartphone que, naturalmente, yo percibía como monólogo. Pero, eso sí, he podido tomar nota de los precios de las casas, los tractores y las carriolas del Rocío.

El almanaque nos acerca a los días gozosos de Pentecostés. Si aún no hubiéramos llegado a la hoja que se muestra en su faldilla estos datos podrían ser parecidos, pero no de peregrinaciones romeras, sino de estaciones de penitencia.

Mi desconocido dialogante se ha despedido de su interlocutor con un festivo: ¡Buen camino!. Días atrás hubiera dicho ¡Buena estación!.

Incomprensibles deseos para oyentes foráneos. Los que vienen de fuera siguen sin entendernos.

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