miércoles, 6 de enero de 2016

LA NOCHE DE LAS CABALGATAS


No hay ciudad ni pueblo de mediana importancia para arriba que no convierta desde el atardecer hasta la madrugada del cinco de enero en la noche de las Cabalgatas. Y no hay televisión ni radio que se precie que no tire la casa por la ventana rivalizando en llevar estas caravanas luminosas a todos los hogares.

Parece un trabajo sencillo, pero no lo es en modo alguno aunque la técnica cada vez más sofisticada permita diabluras audiovisuales a bajo coste, Y lo que se echan de menos son los buenos comentaristas. Los hay sin duda, pero cuántas descripciones superficiales, cuánta vaciedad…cuánta pobreza de léxico y cuantas vocalizaciones confusas encubiertas en una pervertida forma andaluza de hablar…

Y ¡mira que el espectáculo da juego!... Empezando por los mismos monarcas orientales, que a pesar de mostrarse coronados, no debieron usar corona nunca. Eran sabios estrelleros. Singulares y extraños. Escrutando el cielo, vieron la estrella que les condujo a Belén. Sin GPS. Sin brújula.

Era justo que fuesen a inclinarse ante Jesús: lo habían hecho ya las bestias como representantes de la naturaleza. Y los pastores a los que había invocado el ángel, representando al pueblo. Ahora llegaban ellos que eran el saber.

Y abriendo sus tesoros ofrecen al Recién Nacido oro,  incienso y mirra.
Ofrenda de los hombres a Dios. Pero ¿cómo es posible…si la Escritura dice que toda dádiva y todo don perfecto de arriba vienen?...

Porque dar es propio de enamorados y el oro de Melchor es el de la larga sabiduría que pregona su barba encanecida, el oro fino del desprendimiento del dinero. Y el incienso de Gaspar, el de los deseos que se ponen en el altar de las ofrendas. Y la mirra de Baltasar, la premonición de que el Hijo de María morirá joven.

Los niños de Jerusalén rodearon el cortejo como los niños de ahora haciéndose preguntas parecidas a las que  pueden formular éstos desde que a comienzos del siglo pasado lo creara el poeta del Ateneo sevillano José María Izquierdo:

¿De dónde los magos vienen?...
¿Dónde se hallaba el tropel
de carrozas de papel
que desfilan y entretienen?
¿Cómo los Reyes convienen
venir de tierra lejana
con esa bendita gana
de hacer en la misma noche
en todas partes derroche
sin esperar a mañana?
¿Cómo llegan?... ¿De qué cielo?
¿Qué afilado minarete
será torre de cohete
para control de su vuelo?
¿Cómo, se dice el chicuelo,
que vengan volando tanto
con la corona y el manto
en esos tronos de flores
a los que arrastran tractores?
¿Cómo se hace este encanto?...
Y la respuesta es sencilla
y está llena de cariños:
Sevilla piensa en los niños

y a ellos se da Sevilla.

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