viernes, 19 de febrero de 2010

Generaciones.-

Este es el primer título de una serie de colaboraciones semanales sobre la Semana Santa que he empezado a publicar ayer en el periódico “La Razón”. Su texto que me permito reproducir aquí es el siguiente:

Se cumplen ahora veinte años de mi Pregón. Lo escribo con mayúscula no por despiste ni, menos aún, por desafío a las normas gramaticales del reciente diccionario, sino por su singularidad para mí y por la grandeza de él.

El Pregón de la Semana Santa es un invento muy sevillano trasladado después a otras conmemoraciones de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor que se celebran tanto en Andalucía como fuera de nuestra Comunidad en las que se copian fielmente desde el sistema para la elección del pregonero hasta los actos finales y previos de la ceremonia, incluidas la visita de las autoridades al domicilio particular del designado y la comida en su honor.

Posiblemente es una afirmación obvia la referencia a su carácter singular para esta persona, en muchos casos cofrade, elegida en cada ocasión para llevarlo a cabo; pero no lo es tanto si se atiende a su prolongación en el tiempo.
Continuará siendo algo especial, un hito en la vida de cada cual que contrastará con la indiferencia de aquellos que solo tienen de el un recuerdo histórico.

La generación que acaba de trasponer la frontera de la mayoría de edad no sabe de mi Pregón absolutamente nada como no lo encuentre buceando en una hemeroteca o repasando una bien surtida biblioteca de temas cofrades.

La juventud que contaba con quince o dieciséis años, edad mínima que algunas hermandades fijan para vestir por primera vez la túnica nazarena, el uno de abril de 1990 que fue cuando subí al escenario del Lope de Vega, cumplen en este 2010 treinta y cinco o treinta y seis primaveras.

De ahí para abajo no puedo interrogar a ninguno de los componentes de los actuales y eficaces grupos jóvenes de las hermandades y cofradías para conocer su opinión acerca de lo que dije y como llegue a decirlo sencillamente porque me van a poner cara de que es lo mismo que si les preguntara la lista de los Reyes Godos. Excepción hecha de ese grupo admirable de los juveniles concursantes de la radio o la televisión que lo saben todo y dan la impresión de que se han preparado como para concurrir a las oposiciones más reñidas.

¡Qué cura de humildad significa hacerse estas reflexiones! La fugacidad del tiempo es una cortina transparente al principio, pero más y más espesa con el transcurrir de los días. Telón de boca, pesado y lento, que va cayendo hasta apagar y sumir en la sombra del olvido el más fulgente escenario de un ayer reservado a la evocación y la nostalgia.

Se van superponiendo en las hermandades las generaciones. Si repasamos la composición de no pocas de las actuales juntas de gobierno encontramos rostros nuevos de jóvenes maduros. Savia reciente como promesa firme de continuidad.

Muchos no habrán oído mi Pregón, pero qué importa eso. Lo descollante es que existan estas promociones de relevo y continúen incansables y con renovados propósitos, los caminos que recorrimos los cofrades que les precedimos.

3 comentarios:

Jordi de Triana dijo...

Le felicito maestro por esos veinte años de su pregón en el Teatro Lope de Vega.
Por entonces Ud. hizo un canto elegante y sentido a nuestra Semana Santa. Puso la primera gota de cera en puertas de un nuevo Domingo de Ramos y nos despertó del letargo de un profundo sueño para anunciarnos que el anhelo pronto sería real compañero de nuestras vidas. Aquella mañana no resultó ser excepción para quienes admiramos su persona. Su vida, querido D. José Luis, ha sido, es y será un continuo pregón a nuestra Semana Santa. Su voz es un regalo de Dios, sus amplios conocimientos sobre Sevilla y nuestra Semana Santa inagotable fuente en la que beber, su prosa sutil compañera de esos versos ocasionales que nos elevan hasta la misma Gloria. Sus sentidas palabras ocuparán siempre un lugar de privilegio en el Atril de nuestros corazones. Para este humilde cofrade, que por entonces formaba parte de esos grupos jóvenes cofrades, el tiempo se detuvo en la felicidad compartida con mis hermanos. Mis sentimientos no han cambiado, mantengo la misma ilusión y mis sueños siguen siendo los mismos. Nuestra Semana Santa forma parte de nuestra memoria. Mis primeros recuerdos de niño me llevan a distintos momentos compartidos con mis seres queridos en esa Semana Santa del pasado que anclada en la habitación de mis recuerdos florece en el anhelo del presente. Ud. ha sembrado la mejor semilla y en el cariño de los cofrades de Sevilla está el mejor fruto que ha podido recoger en su vida. Entiendo, maestro, que los halagos debilitan, pero cuando estos son justos y parten del corazón fortalecen.

Mi agradecimiento en nombre de tantos enfermos atados a la celda de una cama, de quienes sufren soledad y de nuestros mayores sin a penas fuerzas para dar el último paso que les acercase a la más hermosa realidad, que percibieron a través de su voz esa Semana Santa que nos visita una vez al año y que duerme en nuestros corazones todos los días a lo largo de nuestras vidas.

Que el Cristo del Calvario le bendiga.

José Luis Garrido Bustamante dijo...

¡Qué bonito! ¡Y qué emocionante!
Magníficamente escrito, Jordí. Felicidades y mi más profundo agradecimiento por estas palabras.
Un abrazo muy fuerte.

Macarena dijo...

Leyendo tanto sentimiento sincero traducido a tan bellas palabras, envidia me da no ser de Sevilla en estos momentos y no haber vivido aún su Semana Santa. Enhorabuena a los dos, maestro y trianero, por mantener viva la esencia de momentos tan emocionantes.