Zapatero se fue a Oslo a disfrazar con sonrisa incomprensible la lacerante realidad del paro. La seriedad de los representantes de los Estados que le acompañaban dejaba traslucir la pregunta inevitable: ¿Y usted de qué se ríe?
Allí hizo declaraciones inasumibles respecto al mercado del trabajo en torno a la aseveración de que los cursos de formación son empleo que es como invitar a los obreros a dar de comer a sus hijos con libros de Santillana y, otra vez, se ha metido con las pensiones.
No hay nada que este hombre no rompa antes de irse. Y se atreve con los más débiles. Los que, por su edad o sus achaques, no pueden echarse a la calle para romperle la cara con una huelga salvaje o los funcionarios que ganaron su puesto tras superar unas oposiciones amarrados en la maraña de la disciplina burocrática.
Algún iluso todavía espera que un día se decida a reducir el gasto en automóviles oficiales, o en representaciones diplomáticas absurdas, o en prebendas para los partidos autonomistas, o en regalos a los sindicatos, o, simplemente en contención del gasto en teléfonos móviles.
Me entretuve ayer en contar la cantidad de ministros, subsecretarios, directores generales y otros altos cargos con el móvil pegado a la oreja recogidos por las cámaras camino del Congreso y perdí la cuenta.
¿Con quienes hablan tan altos personajes y personajas en el breve trayecto que recorren desde el coche oficial hasta la primera salida del ujier que les recibe?.. Así se explica que el dispendio del Gobierno en móviles se haya duplicado en tres años.
El señor Zapatero debía detenerse en analizar estos números en vez de meter otra vez el chuchillo jamonero en las dotaciones que se ganaron los pensionistas con su trabajo de toda una vida laboral.
O en reducir los ministerios como le ha pedido por cuarta vez el Congreso de los Diputados poniendo el acento en carteras tan prescindibles como la de Igualdad cuya política ha estada marcada por iniciativas tan excéntricas como la polémica ley del aborto, la organización de “feminarios”, el encargo de un CIS propio o la subvención para identificar el mapa del clítoris.
Todo absolutamente necesario en los convulsos tiempos que corremos como se puede suponer.
4 comentarios:
todo muy cierto don Joseluis todo,claro que cuando ellos se jubilan no se quedan con la mísera pensión de la mayoria de los españoles,ya me gustaría verlos a ellos con pensiones de 300€.ivan a saber lo que es ahorrar hasta el último céntimo.un saludo enorme
Felicitarle Sr Garrido por su paciencia y curiosidad de contar el número de altos cargos que llevaban el móvil pegado a la oreja, una pregunta, Sr Garrido ¿los móviles de los personajes y personajas del Partido Popular, que yo también veo como se lo pegan en la oreja, los pagsa el gobierno?.
Ahora que tan de moda está la polémica ley del aborto, yo recuerdo cuando las familias acomodadas y de aparente comportamiento religioso, como mandaban a sus hijas a Londres para aprender inglés, lo que pasaba, es que era una forma muy discreta de dejar el "paquete" en una clínica de la ciudad del Támesis. ¿Estas familias eran de derechas o de izquierdas?, podría haber de todo, pero abundaba más la derecha, la que ahora pone el grito en el cielo (cosa que respeto y comparto), y es que la hipocresía y falta de memoria es la principal virtud de muchos y muchas de esta nación todabía llamada España.
Saludos cordiales de Carlos Molina
Perdón Sr Garrido, a usted y los lectores de este blog, del lapsus cometido por mi en pones "todavía" con b de BURRO, hay otra frase incompleta que es ¿los paga el gobierno?.
Gracias y saludos nuevamente de Carlos Molina
El dispendio en el gasto que tiene toda la clase política es una barbaridad, a mi los gastos que menos me preocupan son los que se ven: coches, teléfonos, restaurantes, etc. Me preocupan mucho más los que está ocultos como: comisarios políticos, liberados sindicales, puestos a dedos en cualquier función, etc.
En fin que le vamos a hacer, pasiencia.
Veo que nada más que ha llegado se ha metido en limpieza y cambio de imagen, pues me gusta el cambio.
Saludos.
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