Lo decía José Jesús García Díaz, ese sevillano, bajito de cuerpo, poquita cosa, pero con capacidad y corazón para ser mucho en Sevilla, siempre de la mano de Joaquín Carlos López Lozano, director de aquel influyente ABC que llenó una época. Eran los años en los que presidía el Ateneo y, como tal, se responsabilizaba de su Cabalgata de Reyes Magos: "La Cabalgata son los niños y los caramelos".
No podía reducirse más ni desvelarse mejor el secreto taumatúrgico del mágico cortejo que inventara el poeta ateneísta Jacinto Ilusión.
Allá en 1918 cuando se inauguraba su estela de esplendor y sueños infantiles por las calles de la ciudad y el poeta que en los papeles oficiales respondía al nombre de José María Izquierdo, se había reservado el papel de Estrella de Oriente, entonces representada por un farolón luminoso que enarbolaba a caballo, venía al mundo este propulsor durante décadas de este invento sevillano que hoy imitan capitales y pueblos sin respeto ni consideración alguna a su copy right.
Los niños y los caramelos. Agustín Embuena el locutor que fuera primero de la SER y luego de Radio Nacional de España, prolífico escritor de guiones radiofónicos e irrepetible en su prodigiosa imaginación, cuando presentaba su programa infantil "El Mago Tranlarán" solía participar en la caravana de iluminadas carrozas presidiendo una de ellas desde la que arrojaba pelitos de su barba de los que había asegurado en una de sus emisiones infantiles que resultaban eficacísimos para aprobar los exámenes.
En tiempos de estrecheces que obligaba a muchos sevillanos a presenciar el desfile de los Reyes guareciéndose del frío en abrigos vueltos y recosidos hubo ocasiones en las que los caramelos hubieron de ser sustituidos por bellotas. Y esto sucedió hasta que un inmigrante yugoslavo, Branko Kupfermann que había montado en los aledaños del Museo la fábrica de caramelos Candy conoció el problema y asumió el compromiso de regalarlos de forma que a Melchor, Gaspar y Baltasar no volvieron a faltarles estas volátiles edulcoradas a las que yo me referí en mi Pregón de Reyes.
Pequeña ave endulzada
a la que presta su piel
un arrugado papel
con frase coloreada.
Promesa breve nimbada
con el más tierno desvelo:
que mane siempre del cielo
azul de la Epifanía
la dulce y tierna alegría
que llevas, tú, caramelo.
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