Cuando abandone el sillón que se le tiene reservado en una esquina de los que ocupan las autoridades que presiden el acto, Francisco Javier Segura, el pregonero de la Semana Santa de este año, embutido en su chaqué, se dirigirá al atril del escenario del Teatro Maestranza y extraerá los folios donde llevará escrito su pregón del interior de una cuidada envoltura con más aire de libro de reglas que de ponencia literaria recién escrita.
Estas pastas del pregón las habrá recibido a los postres de una cena que indefectiblemente se celebra en su honor siempre en la misma fecha, siempre en el mismo sitio y siempre con el mismo ambiente de exquisitez y camaradería. En el Bar y Restaurante Manolo, que está en el Altozano y el miércoles primero que aparezca en el almanaque, una vez que pasen los Reyes. Fácil es colegir porque se me ha ocurrido escribir de esto ahora.
Se trata de un homenaje tradicional que rinden los componente de la Tertulia "El cirio apagao" al que asisten los miembros de ella, más muchos de los que fueron pregoneros en ocasiones anteriores, amen de algún que otro hermano de corporación penitencial, conocedor y amante de esta singular costumbre.
Juan Carlos Torres Reynaud, ese gran nazareno del Museo recientemente desaparecido, guardaba entrañables recuerdos de las circunstancias que habían originado el ágape y el regalo, destacando la época y el lugar: las sillas de la plaza Nueva y el mes de Julio en todo su furor calorífero.
No puede darse nada de mayor sabor cofrade.
Finalizado el condumio hablan los oradores pretéritos y hacen hablar al neófito. Es una prueba de fuego de la que debe salir airoso. La Sevilla difícil puede parecer más complicada cuando se penetra en el mundo de las cofradías.
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