domingo, 20 de enero de 2013

UN CENSOR MUY SEÑOR



 

No encajaba en el perfil. No daba el tipo. Ni siquiera había llegado nunca a valerse del lápiz rojo. Probablemente porque rechazaba el color, inclinado siempre al azul de su camisa vieja. Pero lo habían nombrado censor. O se había encontrado con el engorroso quehacer de la censura porque la actividad se hallaba incluida en el cometido del puesto de funcionario que ocupaba en la Delegación de Información y Turismo cuando fue designado secretario de la misma.

Por el pasaban los periódicos antes de ser impresos y los textos de los informativos de la radio con anterioridad a su emisión. El recibía las informaciones que se consideraban secuestradas y estaba investido con el poder oficial para retenerlas hasta que se cumplía el plazo de la prohibición

Pero no encajaba con el rostro amargo ni el trato prepotente que, de principio y casi por definición, cabría atribuirle  en razón de su trabajo. Es más, ni siquiera tenía mal genio. Ni era hombre aferrado a sus ideas y cerrado a cualquier intercambio de opiniones o pareceres. Muy al contrario, hacía gala de un espíritu abierto, divertido y alentador, de una cultura poco común y de unos principios religiosos y arraigados que le habían llevado a conformar una familia numerosa sobre valores cristianos.

Ayer leí su esquela mortuoria en el ABC. Había superado los noventa años. Se llamaba Joaquín García Cernuda y Calleja.

Durante una época era la voz que se asomaba por los micrófonos de Radio Sevilla dando las noticias de los informativos de la primera mañana. Añadía, pues, su ejercicio del periodismo radiofónico a su labor funcionarial. Corrían entonces los tiempos en los que la SER en manos de la familia Fontán mantenía relaciones cordiales con el Régimen. Garcia Cernuda, cuyo hermano José María era el Delegado del Ministerio cuando se inauguró la emisora hispalense de Radio Nacional de España, desempeñaba en Sevilla un papel parecido al  que hacía en Madrid Martín Abizanda, censor en las oficinas centrales del Ministerio, como locutor de aquella Cabalgata Fin de Semana que animaba Boby Deglané.

Joaquín cubrió una época como honesto servidor público y su preparación, su sabiduría y su experiencia ayudaron a ejercer el cargo de representantes del Ministerio a los diversos delegados que lo ocuparon.

Mari Celi, su esposa, bellísima  mujer cordobesa a la que su larga estancia en Sevilla no hizo olvidar nunca su delicioso acento de la Ciudad de los Califas, le había precedido en el tránsito a la otra vida.

Estoy seguro que el ejemplo de ambos conformarán la manera de ser de sus herederos como dejaron su huella en el recuerdo de los que tuvimos la fortuna de ser sus amigos.

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