No encajaba
en el perfil. No daba el tipo. Ni siquiera había llegado nunca a valerse del
lápiz rojo. Probablemente porque rechazaba el color, inclinado siempre al azul
de su camisa vieja. Pero lo habían nombrado censor. O se había encontrado con
el engorroso quehacer de la censura porque la actividad se hallaba incluida en
el cometido del puesto de funcionario que ocupaba en la Delegación de
Información y Turismo cuando fue designado secretario de la misma.
Por el
pasaban los periódicos antes de ser impresos y los textos de los informativos
de la radio con anterioridad a su emisión. El recibía las informaciones que se
consideraban secuestradas y estaba investido con el poder oficial para
retenerlas hasta que se cumplía el plazo de la prohibición
Pero no
encajaba con el rostro amargo ni el trato prepotente que, de principio y casi
por definición, cabría atribuirle en
razón de su trabajo. Es más, ni siquiera tenía mal genio. Ni era hombre
aferrado a sus ideas y cerrado a cualquier intercambio de opiniones o
pareceres. Muy al contrario, hacía gala de un espíritu abierto, divertido y
alentador, de una cultura poco común y de unos principios religiosos y
arraigados que le habían llevado a conformar una familia numerosa sobre valores
cristianos.
Ayer leí su
esquela mortuoria en el ABC. Había superado los noventa años. Se llamaba
Joaquín García Cernuda y Calleja.
Durante una
época era la voz que se asomaba por los micrófonos de Radio Sevilla dando las
noticias de los informativos de la primera mañana. Añadía, pues, su ejercicio
del periodismo radiofónico a su labor funcionarial. Corrían entonces los
tiempos en los que la SER en manos de la familia Fontán mantenía relaciones
cordiales con el Régimen. Garcia Cernuda, cuyo hermano José María era el
Delegado del Ministerio cuando se inauguró la emisora hispalense de Radio
Nacional de España, desempeñaba en Sevilla un papel parecido al que hacía en Madrid Martín Abizanda, censor en
las oficinas centrales del Ministerio, como locutor de aquella Cabalgata Fin de
Semana que animaba Boby Deglané.
Joaquín
cubrió una época como honesto servidor público y su preparación, su sabiduría y
su experiencia ayudaron a ejercer el cargo de representantes del Ministerio a los diversos delegados que lo
ocuparon.
Mari Celi,
su esposa, bellísima mujer cordobesa a
la que su larga estancia en Sevilla no hizo olvidar nunca su delicioso acento
de la Ciudad de los Califas, le había precedido en el tránsito a la otra vida.
Estoy seguro
que el ejemplo de ambos conformarán la manera de ser de sus herederos como
dejaron su huella en el recuerdo de los que tuvimos la fortuna de ser sus
amigos.
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