Cursé el Peritaje Mercantil en la antigua Escuela de Comercio que compartía caserón en la calle Federico Rubio con la Facultad de Medicina. Los futuros galenos entraban por Madre de Dios a un patio espacioso. Los contables del futuro por la puerta de atrás que se abría a una escalera descendente como de anticipado Metro de la Puerta del Sol.
Los incipientes seguidores de Hipócrates y Esculapio aprendían de carrerilla los nombres de la osamenta del cuerpo humano. Los aprendices de la teneduría de libros recibían como primera lección que había que sustituir los conceptos de Entrada y Salida por los sagrados términos de Debe, Haber y Saldo; pero que no siempre lo que entraba se anotaba en la misma columna e igual sucedía con lo que salía. Y que la confusión podía producirse si no se aplicaban las sólidas normas de la contabilidad por partida doble que habían inventado en el siglo quince los mercaderes italianos.
Seguí los estudios. Conseguí titularme como Profesor Mercantil. Y, luego, en la Universidad madrileña como Intendente, carrera que empecé a ejercer antes de encontrar mi auténtica vocación en el periodismo.
La semana pasada he hallado de nuevo los oxidados términos de Entrada y Salida en las presuntas anotaciones de un ciudadano que parece dominar en su beneficio los manejos de la contabilidad bancaria internacional, pero que ha venido trabajando en la organización que le había contratado para la llevanza de sus libros contables con una libreta de Caja que mejoraría una de esas cocineras que compraban de buena mañana en el mercado de la Encarnación y ya no existen.
Estoy perplejo...No entiendo nada.
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