El hombre ha llegado a la peña hecho un basilisco.
--Me voy a morir a Barcelona.
Ha gritado nada más entrar. Y, ante la alarma de sus
contertulios que, de inmediato, han supuesto que acababan de diagnosticarle una
enfermedad incurable, ha añadido, en un paroxismo de aclaratoria indignación, que
no se trata de eso ni de que el Ocaso haya inaugurado en la Ciudad Condal unas
rebajas como las antiguas de los grandes almacenes apenas se perdía la estela
luminosa de los Reyes Magos, sino que él se acababa de enterar porque se lo
había dicho la Susana Griso de la tele entre sensuales movimientos de labios,
que por cada ochocientos mil euros que un muerto dejase a sus herederos, estos
pagaban en la capital catalana 353, y en Sevilla, en la de la muchacha de
Triana que se ha encaramado al trono blanquiverde, sin pasar por las
urnas, ciento sesenta y cinco mil. ¡Toma ya!.
Y quien dice en Sevilla, dice en las ocho capitales con
sus pueblos respectivos de esta Andalucía antaño enredada en la primera, la
segunda y la no se cuantas modernizaciones que se sacaban del cacumen los
asesores de las campañas publicitarias a la presidencia de la Junta.
Alguien le ha dicho que eso no puede ser posible y el
hombre ha respondido que la imposibilidad consiste en que llegue a tener
ahorros cuando se muera para dejar a su familia ochocientos mil euros.
La realidad es esa. Y que la rubia y altísima
presentadora, aun más crecida sobre sus frecuentes zapatos de tacón de aguja,
dice esas cosas que deben estar prohibidas en el sur de la península.
¿353 Euros en Cataluña en vez de los 165.000 que hay que
pagar en Andalucía de impuesto de sucesiones por cada 800.000 Euros de
herencia?
¡ Menuda caravana de viejos desahuciados con rumbo a
Barcelona se puede organizar cuando se corra la voz!
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