Yo la dejaría como está. A la estatua de Pepe Peregil que
se descubrió el día de San José no le han puesto su nombre, Todos los santos
tienen su novena y los monumentos estatuarios también. Se anuncia que el
olvido se remediará en los próximos días. Pero creo que no es necesario. Por lo
menos mientras dure esta generación que aun conserva en los oídos la vibración
incontenible de la voz poderosa del cantaor interpretando una saeta.
¿Quién no le va a reconocer contemplándole inmortalizado
en la escultura?
En esa postura, como si se apoyara levemente en la baranda
de un balcón y extendiera la mano contraria a modo de recitado lo ha
interpretado magistralmente José Antonio Navarro Arteaga. Un acierto. Pudo
haberlo llevado al bronce entre farolillos de feria. O añadirle un sombrero
ancho o una gorrilla rociera. Que feriante y rociero fue también el cantaor.
Zoido, el alcalde, que presidió la ceremonia inaugural, lo recordó, añadiendo
currista, bético y tabernero. Algo más puede completar esta ristra de
adjetivos: amigo.
En la plaza Jerónimo de Córdoba, frente a su taberna
“Quitapesares” se ha venido a erigir este nuevo elemento del mobiliario urbano.
Es, qué duda cabe, un monumento al hombre que, desde la onubense Manzanilla, en
la que vino al mundo, supo llegar a Sevilla y hacerse acreedor de la medalla de
oro de la ciudad. Pero, en el fondo es un monumento a la amistad. Sin el afecto
personal, puro y desinteresado del que supo hacer gala toda su vida Pepe
Peregil tal vez no existiría este recuerdo que invita a evocar el aire
aleteando con una de sus saetas.
Yo lo hice así en mi Pregón de Semana Santa al hablar de
la virgen titular de una de las cofradías a las que se sentía más vinculado
Aguas, Señora, mojada.
Cara brillante de pena,
dulce candor de azucena
entre tu ojera morada.
Virgen bendita, anegada
en multitudes de rio:
Cuando, en saeta, el quejío
alce el valiente aleteo
nadie estará en el Museo
sin que le de escalofrío.
La saeta era la de Pepe Peregil. ¿De quien si no?
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