Me senté ante la pantalla con el grifo abierto del
sentido crítico. Y a poco lo tuve que cerrar. Debo confesarlo. Adolfo Suarez se
merecía que sus restos y su memoria fuesen honrados como lo ha hecho el pueblo
de Madrid y la clase política en general, pero también que los servidores del ente público
que él dirigió un día se esforzasen al máximo en dar forma a un programa
imprevisto que recogiese esa realidad. Y pienso que ha sido así.
El trozo de papel en el que aviesamente tenia previsto
anotar errores y torpezas se me quedó en blanco. Puedo extraer de la reseña no
formulada ni escrita que me suscitó la transmisión pequeños detalles negativos
y opiniones personales adversas en torno a algunos aspectos. Pero nada de eso
dispondrá de entidad suficiente para restar méritos a lo que creo que ha sido
un completo servicio a la audiencia.
A mi modesto juicio sobraban los invitados en el plató
sobre todo cuando se enredaban en densas opiniones sobre la trayectoria política del primer presidente de la
democracia. Y, por el contrario, faltaba información sobre no pocos de los
asistentes, de manera especial en torno a los deudos del prohombre fallecido.
Igualmente podrían resultar irrelevantes las entrevistas
a varios espectadores a pie de calle, innecesariamente repetidas y faltar
descripciones complementarias de algunas escenas. Y, por supuesto, eché en
falta la unidad del lenguaje. Al carruaje que portó los restos, un armón de artillería,
se le llamó también simplemente carro y, en una o dos ocasiones, armón de caballería.
No se dijo de que iban vestidos los équites de dos de los
caballos, lustrosos e igualados en su capa negra, que tiraban de la plataforma… ni
los títulos de las marchas fúnebres y, sobre todo, hubo ocasiones de una
absoluta divergencia entre lo que mostraban las imágenes, el contenido de las
palabras de los comentaristas y el texto que aparecía sobreimpresionado en el
borde inferior de la pantalla.
Nada de ello menoscaba el éxito del proyecto.
Adolfo Suarez, que puede pasar también a la historia como
el presidente del gobierno que abrió más a la mujer su participación política
como representante de los españoles tanto en el Congreso como en el Senado (lo
decía la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, ante las cámaras de “el Correo
de Andalucía televisión) y que fue director general de radiotelevisión española
(mi nombramiento oficial en la casa lo tengo colgado en mi escritorio firmado
por él) ha tenido un entierro solemne llevado con pericia por la Uno de TVE a
todos los hogares comandado por dos mujeres eficaces, la presentadora Ana
Blanco en los estudios y María
Eizaguirre como realizadora de la transmisión especial.
Las secundaron eficazmente Estrella Moreno ante el
Congreso, Isabel Ojeda en Cibeles y Almudena Guerrero en la Carrera de San
Jerónimo. Todas supieron transmitirnos emoción por encima de la complejidad
informativa del acto con nitidez, cariño y profesionalidad. Enhorabuena.
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