Tanto
visitamos mi mujer y yo las instalaciones y dependencias del que llegó a
titularse “El grande de los grandes” que mis hijos, cuando eran chicos a todos
los grandes almacenes les llamaban “El Corte Inglés”.
Nunca se lo
dije a Isidoro Álvarez, el gestor abnegado y sabio que encabezó durante
florecientes décadas su cúpula directiva, pero una vez le confié a Javier
Peinado que entonces era su director general en Sevilla, que el gran hombre, o
sea Isidoro, solía comer cuando era estudiante en la misma mesa que yo en unas
instalaciones para universitarios de Madrid donde se degustaba la comida de
mediodía a precio muy asequible en compañía de otros que llegaron a ser tan famosos
como él, entre ellos Luis Izquierdo, director que fue de la Sinfónica
Hispalense y Carmelo Bernaola, el inspirado autor de la partitura de “Verano
azul”.
Algo debió
decirle Javier porque desde entonces cada vez que aparecía un libro mío ocupaba
mejores puestos en las góndolas y exhibidores de su sección de librería.
Peinado,
además de ser un formidable aficionado a la fiesta brava, lo que le llevó a
crear los Trofeos Puerta del Príncipe, había llegado a imitar a su jefe en la abnegación y el servicio a la empresa
hasta tal punto de que, a pesar de tener su despacho a solo unos metros del
comienzo de la Carrera Oficial de las cofradías, no se permitía abandonarlo
para ver pasar a éstas salvo el Martes Santo cuando llegaba el Cristo de la
Buena Muerte.
Él lo tendrá
a su lado y así no se enterará de que su Corte Inglés no es este Corte Inglés.
Me cuesta trabajo escribirlo, pero no tengo más remedio que utilizar para mi defensa el pírrico medio de mi Bitácora . Llevo más de cincuenta años como cliente. Y casi
otros tantos mi parte contraria. Compramos de vez en cuando con la tarjeta y
jamás he devuelto un recibo… Hasta ahora. No porque mi banco los retorne
impagados sino porque su Financiera no los presenta al cobro. Desde entonces
tengo a una implacable señorita tan pertinaz como la sequía de los tiempos del
No Do que me amenaza con no se cuántas
maldiciones bíblicas si no atiendo el pago y los intereses de demora.
Y el caso es
que, para que me dejara tranquilo, ya le hice una transferencia a la que añadí
ese complemento que reclamé por escrito de inmediato
justificando su improcedencia. Es imposible. La niña se tiene bien aprendida la
lección y, aparte de repetirla, lo único que ha hecho es trasladar mi deseo a
un caballero que, con inflexible voz de alguacilillo de las Ventas, sigue
repitiendo sus argumentos.
¿Es este
Corte Inglés mi Corte Inglés de siempre?... Pues… siento decirlo. NO. NI MUCHO
MENOS.
A ver si
ahora con Pizarro puede tornar a los tiempos idos. Entre las señoritas
pertinaces y los gestores alguacilillos trabajo les va a costar.
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