Con motivo del homenaje que le rindió el otro día la delegación del Gobierno de la Junta a Diego Puerta, publicaba Luis Carlos Peris una acertada reflexión en su “ventana” del Diario de Sevilla del pasado sábado resaltando la ingratitud de la ciudad, pródiga en recuerdos escultóricos a otros toreros, hacia esta auténtica y ya legendaria figura de la torería a quien en su tiempo hasta llegó a compararse con El Espartero.
Torero de Sevilla, sin duda alguna, Manuel García El Espartero” es anterior a la pareja gigante conformada por Joselito y Belmonte .Y de Sevilla capital. Como Belmonte o Chicuelo.De su centro urbano.De la plaza de la Alfalfa.
Escritores taurinos hubo en la década precedente que se sintieron trasladados al Olimpo de las leyendas cuando llegaron a la espartería de la mítica plazoleta suponiendo que de allí partió aquel Manoliyo que asaltó, capitaneando una cuadrilla de desarrapados chicuelos con ansias de ser toreros, más gavias de ganaderías bravas que el mismo “pasmo de Triana”. Tantos sinsabores pasaron en estas correrías y tantas jornadas sin comer hubieron de soportar que la frase de Manuel de “mas cornás da el hambre” ha llegado a nuestro días.
Fue emparejado con el auténtico Rafael Guerra, el cordobés sentencioso y altivo, al par que mal educado, que le miraba por encima del hombro, como hizo con Machaquito,su paisano, o con los mismísimos “Gallos”, Joselito incluido, de quienes hablaba por la espalda criticando su sangre gitana, pero que admitía la presencia de aquel muchacho nacido cerquita de la parroquia del Salvador, tan ayuno de técnica como sobrado de arrestos y de valor.
A tal extremo llegó esto que, cuando las relaciones con Lagartijo se rompieron, como es de suponer por indelicadezas de el Guerra los antiguos partidarios del primer califa se alinearon en las filas del chiquillo de la Alfalfa en vez de hacerlo en las de Rafael.
Don Antonio Miura, posiblemente el ganadero más importante de su época, se convirtió en su protector y Manuel en el torero que desafiaba con su valor sin mácula a los terribles astados, hasta que sucumbió por las cornadas de uno de ellos. Cuentan que cuando caía herido había que vencer su resistencia para llevarlo a la enfermería y que no había inclemencia atmosférica que frenase sus deseos de victoria. Así triunfó en Madrid en una corrida que ya había suspendido Mazzantini, que actuaba como director de lidia, ante el diluvio que anegaba la plaza, realizando, descalzo y embarrado, con el ruedo imposible, una de las mejores faenas de su vida.
“Perdigón”, el toro que acabó con su existencia, colorado, ojo de perdiz, le infirió dos cornadas, en dos entradas sucesivas a matar. Se repuso de la primera, pero sucumbió ante la gravedad de la segunda y del derrote posterior que le tiró el animal cuando ya estaba en el suelo, llegando muerto a la enfermería. Las asistencias que lo conducían coincidieron afirmando que lo último que vio fue a su enemigo que perdía la vida al mismo tiempo que él.
En activo y después de fallecido, El Espartero fue en su época “el torero de Sevilla”.El de las multitudes enfervorizadas y las mocitas derretidas de amor.Todo les parecía poco para su ídolo popular.De aquí que, cuando seis caballos empenachados condujeron su féretro en Madrid y el mismo número de equinos se repitió en Sevilla, a los intérpretes del duelo, en las coplas de la época, les pareció poco y les añadieron dos más. Por eso hoy se recuerda eso de…
Ocho caballos llevaba
el coche del Espartero.
Ocho caballos llevaba…
Y los ocho con plumero.
Pero nada más. Estatua no tiene. Queda lejos en la historia para alzarla ahora.Pero a Diego Puerta le tenemos ahí. En su tiempo decían los sabios aficionados que era el nuevo Espartero.Y tampoco figura inmortalizado en estatua alguna. Menos mal que el otro día le entregaron una plaquita. A él le dedicaré el próximo comentario.
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