jueves, 2 de abril de 2009

La cara de Dios.

Es fácil entender que una persona o cosa se muestran como son pero se perciben a través de los elementos de visión de quien las contempla y que éstos deben ser los adecuados.

Esa genial tramoya del cuerpo humano que conocemos como esqueleto no se puede ver si no colocamos delante de nuestra mirada un aparato de rayos equis.
Y, en este sentido, se comprende que un espíritu, por alto y perfecto que sea, solo puede verse con una mirada íntima, espiritual.

Dios no ve con ojos humanos, sino con ojos de Dios. Y, por lo mismo, a Dios no le podemos ver con las pupilas con las que percibimos la luz del mundo, sino con una mirada interior.

Aunque Dios se dispuso un día a facilitar las cosas. Ya había hecho
al hombre a su imagen y semejanza y le había regalado inteligencia y voluntad.
Luego lo había dejado en libertad.

Entonces, en una sublime demostración de su humildad suprema, se rebajó a sentir como humano, se encarnó en su Hijo Unigénito y se hizo hombre. Y ya, a partir de ese momento, lo pudimos ver.
Y, por si fuera poco, en su deseo de no discriminar a nadie por razón de su pertenencia a un tiempo, a una época, o a otras posteriores, anticipó el descubrimiento de la fotografía perpetuándose en ese portentoso retrato que es la Sábana Santa en donde su rostro quedó impreso y multiplicado en las cinco copias de cada uno de sus dobleces.

Tan portentoso es el testimonio que no ha podido subsistir sin que se abran en su entorno las dudas timoratas de todos aquellos incrédulos repetidos generación tras generación a quienes pesa el frágil argumento inicial de que parece demasiado bueno para ser cierto. Y a esto se une el legado de una tradición no asentada en la solidez histórica generadora de hechos y circunstancias que elimina el conocimiento posterior.

Los incrédulos basándose en los avances de la ciencia contemporánea se han empeñado en demostrar que ese sudario que se venera como el auténtico que envolvió el cuerpo muerto de Jesucristo es una falsificación medieval. Y hasta ahora, a pesar de las últimas pruebas con el análisis del Carbono catorce, no lo han conseguido.

Los estudiosos de la Sábana dicen que, si bien la historia del lienzo que cubrió el cuerpo del Maestro no está completa, parece cierto que uno de los muchos discípulos anónimos que Cristo tenía la hurtó del Sepulcro y la llevó al rey Abgaro de Edesa, (ciudad de Siria que actualmente se llama Urfa y está en Turquía) para que, rozándose con ella, curase de sus muchas dolencias.

Luego, la Sábana fue escondida para preservarla de quienes deseaban su destrucción.La encontró Eulalio, obispo de la mencionada ciudad de Edesa tras uno de sus asedios y la expuso a partir de entonces mostrando solo el rostro de la imagen que aparece en la tela, de forma que no se conociese que era un lienzo funerario, pues se mantenía un atávico temor y rechazo hacia todo tipo de mortajas aduciendo que eran impuras.

Todo esto que figura en mi libro “¿El fin de las cofradías?” lo he recordado ahora al hilo de la exposición de los estudios del profesor Juan Manuel Miñarro sobre la Síndone y sus últimas conferencias en torno a este sugestivo tema, una de ellas pronunciada en mi Hermandad del Calvario.

El texto me sirve para abrir el paréntesis vacacional de la Semana Santa,terminado el cual seguiré colgando otros en este Blog con su habitual aunque desordenada cadencia. Confío en que entonces continúe siendo honrado con la visita de sus lectores.

1 comentario:

MMNogales dijo...

Hace dos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia del Padre Antonio Godoy sobre la Sábana Santa y siempre que oigo algún estudio serio sobre la materia siento como me llena un soplo de aire nuevo y un influjo de Fe dificilmente explicable a aquel que no cree.
Un abrazo Tio.