viernes, 19 de junio de 2009

El olor de la pobreza

Cuando ejercía de capellán en la Iglesia de la Misericordia, mucho antes de ser proclamado Obispo de Jerez, me sugirió don Rafael Bellido Caro,del que no ha mucho ha recogido en un libro necesario sus frases y pensamientos mi compañero Andrés Luis Cañadas, que hiciera un reportaje en el Vacie, uno de los primeros e históricos asentamientos chabolistas de la ciudad.

La idea le pareció buena a mi director de la emisora en Sevilla de Radio Nacional que entonces era Manuel Delgado Aranda y, durante dos o tres días, estuve trabajando allí, grabando un montón de cintas que luego sirvieron para componer
un master lleno de esas vivencias descarnadas que tienen su asiento en la pobreza extrema.

Los rostros curiosos y demacrados de los niños, el barro de las calles, su trazado tortuoso… todo eso habitó mi recuerdo días y días después.Pero sobre todo, el olor,el mal olor,la pestilencia. La pobreza huele mal,comprendí entonces.

Años más tarde, un compañero de televisión acababa de regresar de la India y me lo confirmó. Es lo que más recuerdas cuando te vienes, me dijo.

Vicente Ferrer no quiso venirse nunca. Llegó como misionero jesuita en 1952 .Fue expulsado en 1968 por las suspicacias que despertó su labor entre las autoridades.
Pero cuando regresó un año después, la entonces primera ministra Indira Gandhi ordenó que le concedieran el visado y continuó con su tarea.

Creó allí, venciendo todo tipo de dificultades una organización que lleva a cabo su labor humanitaria en Andhra y presta ayuda a más de dos millones y medio de personas en ese estado del sur del pais.

Abandonó la Compañía de Jesús y continuó trabajando hasta el final de sus días por la mejora de las condiciones de vida de los más pobres.

Hoy, este español gigantesco está en las portadas de los grandes rotativos.
Tal vez con menor espacio del que debía dedicarse a narrar minuciosamente su ejemplar epopeya.

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