viernes, 15 de octubre de 2010

Rubalcaba hace el paseo.


Se les ha visto en la prensa de estos días como si acabaran de asomarse a la puerta de cuadrillas sin los trajes de luces y se preparasen para torear uno de esos festivales con los que siempre han atenuado los aficionados el mono de la espera invernal de las corridas importantes.

Si se contempla la demostración gráfica de izquierda a derecha de los que posan en la foto, que es la manera de ver las cuadrillas, con el matador más veterano situado en la zurda y el nuevo en el centro, las figuras conforman un cartel de campanillas. Nada menos que Talavante, Manzanares,Ponce, el Juli, Cayetano,Perera y el Cid.

Y entre ellos, Rubalcaba, como si debutase en la plaza. El ministro va a hacer el paseo, pero el alguacilillo no se ha atrevido a situarle donde debe ir: a la izquierda de los actuantes.

Don Alfredo se lo hubiera agradecido por eso del carácter simbólico del sitio a ocupar. Lejos quedan ya los tiempos en los que trabajaba cerquita de Manolo Ortiz, cuando éste era el portavoz del Gobierno de la UCD que presidía Adolfo Suárez y le decía, con ingenio, que tenía apellido de pretérito imperfecto de indicativo del verbo rubalcar: Yo rubalcaba, tu rubalcabas, él rubalcaba…

Los toreros alopécicos desfilan a la izquierda de las cuadrillas, porque se supone que son los más antiguos, los más sabios y los más dignos de respeto. Creo que desde las temporadas anteriores a las de Rafael el Gallo, el Divino Calvo y siguiendo por otro Rafael, Rafael Ortega, ese gladiador de la Isla del León que apareció maduro y tardío y manejaba el estoque con la contundencia de un campeón de esgrima, siempre se ha hecho así. El calvo a la izquierda. Y el nuevo en el centro.

El maestro Rubalcaba aparece centrado, él sabrá por qué, en tanto que los maestros que se alinean con él ignoran hasta cuándo se va a poner en práctica esta inédita decisión de transferir a Cultura lo que, desde los tiempos de los alabarderos, era materia al cuidado de las Fuerzas de Orden Público.

Los chiquillos que entrábamos en la Maestranza de la mano de nuestros progenitores escuchábamos la voz castrense que mandaba “firmes” a un piquete de guardias civiles alineados en la calle Iris que luego entrarían en la plaza, ocupando las gradas al lado de la música, en previsión de que se produjera lo que hoy denominan los gobernadores civiles y delegados del Gobierno Central “partido de alto riesgo” cuando se enfrentan dos equipos de fútbol que arrastran multitud de seguidores.

Ni entonces, ni ahora vi jamás un altercado multitudinario en una plaza de toros.

Y tampoco supongo que voy a verlo en este tiempo nuestro: Cuando los toreros, que se hablan de usted y llaman maestro al compañero veterano, dan continuamente tantas pruebas de cultura y educación que sabrán adaptarse al cambio climático de un ministerio a otro con la misma naturalidad con la que se aprestan a lidiar al toro que sigue en la corrida después de haber arrastrado al anterior.

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