viernes, 19 de noviembre de 2010

El Pregón de 1986

A ese Pregón le faltó la magia de la palabra en el aire… el poder cautivador de la frase recitada… la batuta mágica que despierta aplausos con la voz que asciende desde el susurro al grito…

Se lo decíamos después a su autor, el bueno de Morales Padrón, fallecido hace unos días, que sometía su preparación intelectual a la crítica afectuosa de aquellos que, por diversas circunstancias, nos sentíamos más unidos a él. Aun vivíamos el mal rato de su actuación en el Alvarez Quintero cuando los cofrades le regatearon sus palmas y la disertación se desarrolló en medio de un silencio aplastante inicialmente roto solo cuando mencionó a la Macarena.

No lo comprendía. Y tampoco reservaba su incomprensión. Chano Amador que lo entrevistó en el programa “Carrera Oficial” de la antigua y aun no municipalizada Giralda Televisión, mantuvo con él un diálogo profundo y sincero que afortunadamente se conserva grabado en vídeo, en el que tuvimos ocasión de comprobarlo.

Al profesor canario, enamorado de Sevilla, a la que llegó para impartir en su Universidad unas enriquecedoras lecciones desde su cátedra de Historia de América, le adornaba, entre otras virtudes, la humildad y le perdía una desmedida confianza en sí mismo.

Cuando ese año, el Domingo dieciséis de marzo, pronunció su Pregón de Semana Santa, celebraba mi Hermandad del Calvario el primer centenario de su refundación y, en el amplio calendario de actos organizados, centrados en sus cultos de regla, hubo también conciertos, exposiciones y conferencias.

La Junta de Gobierno le encargó una de ellas y, a su término, tras felicitarle por su intervención que, como siempre, resultó brillantísima, le pregunté si ya tenía ultimado el texto. Me contestó afirmativamente, pero me dejó preocupado porque a mi interrogante de si lo había leído ya al Consejo, me repuso que no y que no lo proyectaba hacer, que con habérselo recitado al arzobispo, al que le había parecido magnífico, lo consideraba suficiente.

Luego pasó lo que pasó. Una lástima porque el escrito es de lujo.

Se lamentaba a José Maria Javierre de no haber recibido ni siquiera el primer aplauso que él había esperado al finalizar el párrafo en el que recordaba que no había nacido en Sevilla, pero se había fundido con la ciudad y si alguien le negara méritos tendría también que cuestionarle a su madre en sus ochenta y ocho años, el derecho y la fe de llevar escondido en su pecho un clavel del Cachorro que había que renovarle anualmente.

Ya, desde aquí, confesó que le había desarmado que no se levantase el aplauso que esperaba.

El cura lo consolaba diciéndole:

-- Pero Paco, ¿cómo quieres encender emociones con un adverbio de tiempo?

2 comentarios:

Angelmo dijo...

MAravilloso

Gabriel dijo...

Hermoso Artículo