Voy a repicar con la misma campana que eché al vuelo desde la torre de este Blog el último día. Y la razón es que me parece que la cuestión que abordo entonces no queda suficientemente tratada.
Los obispos están reunidos en Asamblea y opino sinceramente que si fuéramos la Iglesia en el mundo actual que salió del último Concilio esto nos interesaría en mayor medida.
Empezando porque hay un miembro más en este importante colectivo, Monseñor Santiago Gómez Sierra,elevado a la dignidad episcopal el pasado sábado en la Catedral de Sevilla que será la primera vez que acuda a una reunión tan vital para la trayectoria de la Iglesia española.
Para esta asamblea, en la que se eligen sus mas altos representantes, se han podido producir las inevitables especulaciones previas sobre temas a tratar que solo a los consagrados afectan, especialmente en torno a las posibles candidaturas, todas de escaso peso en lo que concierne al presidente ya que, como se esperaba, ha salido reelegido el cardenal Rouco.
Albergo serias dudas sobre si reviste el mismo interés y se instala en parecida preocupación el momento actual de la crisis en la religiosidad del pueblo llano.
Dos documentos gráficos procedentes de la reciente consagración en Sevilla resultan sobradamente expresivos: Uno es una panorámica esplendida del nutrido grupo de prelados asistentes. El otro, un plano general del templo catedralicio con las sillas para los invitados, notoriamente vacías.
Algo no funciona cuando las ovejas huyen de sus pastores. El Cardenal Amigo consiguió apacentar el rebaño sin la ayuda de un segundo cayado. Su sucesor, al enfrentarse con la densidad del problema, ha requerido la colaboración de un auxiliar. Bienvenido sea.
Dejemos a los altos representantes de la Iglesia hispana resolver las cuestiones que les incumben. Como se vaticinaba, el Cardenal Rouco, a punto de cumplir los setenta y cinco años, ha conseguido no abandonar sus quehaceres como lo hizo, ejemplarmente, cuando le llegó la ocasión, su compañero Monseñor Amigo, y seguirá un trienio extra.
Los católicos de base tenemos la obligación de volcarnos en su ayuda. Y más si somos y nos proclamamos cofrades.
Aunque, con óptica distorsionada, los encargados de organizar la ceremonia de ordenación episcopal dejen a nuestros representantes relegados a los últimos lugares de las sillas de invitados.
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