Aparecen en balcones… en ventanas… incomprensiblemente pegados a las paredes… en una multitud de sitios de establecimientos comerciales cerrados con escaparates polvorientos… en edificios completos clausurados también… en las porterías sin porteros de las casas de pisos…
Todos suelen ofrecer una estructura común. Iba a escribir una estética, pero he caído rápidamente en la cuenta de que resultan terriblemente antiestéticos. Son esos carteles coloreados que anuncian “se vende”… o “se arrienda”… o “se vende o se arrienda”… que ya es el colmo de la ansiedad y de la urgencia.
Cuando en la ciudad antigua había menos habitantes que sabían leer o que disponían de buena vista para guipar de lejos, estas circunstancias coincidentes se anunciaban de una manera muy sencilla: fijando un lienzo blanco en las fachadas. Si en la actualidad se procediera de la misma forma, se produciría la impresión de haber sido sorprendidos por una granizada cuyas huellas perdurasen hasta lo imposible.
El ambiente no puede ser más triste. Aunque acoja a los grafiteros que se encargan de colorear caprichosamente los cierres echados de los establecimientos sin actividad comercial o los zócalos grises de las construcciones vacías.
Nunca se ha visto nada igual sin que antes haya sobrevolado amenazante la aviación enemiga.
Es la crisis. Y los que invierten sus horas en releer los legajos de la historia se sienten empujados a recordar los rigores trágicos de la peste.
Como en los velatorios que se montaban en torno a los fallecidos cuando los Tanatorios insensibles aun no se habían inventado, es imposible resistir la tentación de contar algo divertido aunque en los casos expuestos, maldita la gracia que tiene.
En una ventana de la planta baja de un edificio cerrado podía leerse:“Se vende”. Alguien pasó y escribió a continuación “a que no”.
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