Está fresca aun la memoria de Quini Zulueta, el alguacilillo de la Maestranza que supo imprimir a su cargo ese aura de solemnidad y de autoridad antigua que se corresponden con la estela tradicional del puesto y de su ejercicio en la plaza de toros.
Cuando Quini se fue a mirar cara a cara a su Virgen del Rocio, de cuya hermandad de Sevilla llegó a ser hermano mayor, cedió los trastos – y sale bien empleada la frase tratándose de asuntos taurinos – a sus hijos varones, Francisco Javier y Joaquín,calcado el uno del otro, que siguen confiriendo importancia al desempeño de esa autoridad singular que se eleva de la guardarropía cuando invoca los privilegios de la historia.
No hay alguacilillos más serios ni de mayor dignidad en ningún coso taurino del momento. Ni mejor vestidos. Ni con mayor señorío a lomos de unas cabalgaduras que parecen diseñadas con el mismo lápiz igualitario de sus jinetes.
Durante el desarrollo de los festejos, estos servidores del orden regulado por las disposiciones convenientes, demuestran ese saber estar sin estar que creo que era lo que Alberti pedía a los banderillos fieles cumplidores de su oficio. Pero están siempre. Pendientes de lo que ocurre en la arena. Sin concederse esa vacía presunción de protagonismo que asumen en otros lugares algunos de su mismo empleo cuando se santiguan antes del paseíllo como si se fueran a jugar la vida como los toreros.
En la corrida de Miura lo demostró uno de esos hermanos, Francisco Javier, cuando el quinto toro le arrebató de salida el capote a Rafaelillo yéndose al pecho del espada sin hacer caso al engaño y poniéndolo a su merced entre su fiereza y el burladero.
El alguacilillo en ese justo instante se quitó su chambergo y agitó el plumero asomándolo sobre la barrera. El animal se detuvo sorprendido. Clavó sus patas en la arena y, mientras lo miraba, olvidó por breves segundos su instinto agresivo. Justo el tiempo que necesitaba el bravo lidiador murciano para ponerse a salvo.
Yo me acordé de una corrida en las Ventas, televisada también, en la que el movimiento innecesario de otro alguacilillo en el callejón distraía al toro que pasaba de muleta Francisco Rivera.
--El del plumerito que se esté quieto – dijo el hijo de Paquirri que ha dado en llamarse hoy como su recordado predecesor.
En esta corrida de Miura el del plumerito se estaba haciendo merecedor de todos los aplausos y, probablemente, de mas de un premio al quite providencial
Nunca fue más capote salvador un penacho de plumas coloristas que en las manos de este hijo de Quini Zulueta que supo de su padre lo que significa ser alguacilillo en la Maestranza.
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