Un escaso manojo de esperanzas queda todavía, pero cuando en el soñado viaje de placer por los puertos taurinos se divisa el atraque final y la marinería se dispone a echar el ancla por la borda, la nube de la preocupación arroja su sombra sobre la toldilla.
El precipitado símil marinero se acomoda a los tiempos de la otrora llamada sin disensión Fiesta Nacional. O se corrige el rumbo de la nave o esto se hunde.
Acuñaron los antiguos un refrán que viene al pelo: en la tierra de los ciegos, el tuerto es rey. Trasladando el sentido de la frase a los acontecimientos que se están viviendo en el serial taurino de este año, podría decirse que en la tierra donde el toro perdió su bravura, al único que llegó embistiendo al final le perdonaron la vida.
El insólito trofeo concedido a "Arrojado" del hierro de Núñez del Cuvillo que abre el atrancado portón del capítulo de los indultos mayores en la Maestranza, ya que la memoria solo se detiene en “Laborioso” el novillo de Albaserrada que lidió Rafael Astola, el 12 de octubre de 1965,ha sido para un animal que proporcionó el deleite de una monumental faena, pero que se dejó vencer, perdidos sus arrestos de bravura, entre los pliegues de la muleta.
Las imágenes gráficas y televisivas lo confirman. El torero posa al lado de su enemigo que no hace nada por cogerlo. ¡Ay si eso les hubiera ocurrido a los que perdieron su vida por un animal moribundo!
Dos salidas por la puerta del Principe, las orejas a un recién doctorado y el indulto a un toro podrán hacer suponer a quienes en el futuro miren hacia atrás que la Feria fue pródiga en encierros ejemplares de nobleza y bravura. Pues, no. Todo lo contrario. Es difícil que se de mayor escasez de trofeos a causa de la absoluta falta de colaboración de los esperados cornúpetas que se dejaron olvidadas su casta y su sangre combativa entre las gavias de sus dehesas.
Ya puede un nuevo rótulo perpetuar su nombre en los corrales al lado del azulejo que recuerda la calidad del novillo que se erigió como su antecesor.”Arrojado” ha hecho historia por cumplir esa obligación de toro bravo que no siguen sus congéneres: embestir.
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