Me sumo a las felicitaciones que está recibiendo la
Televisión Nacional por la retransmisión de la corrida de Mérida y añado una
más: el acierto en requerir los servicios de Eduardo Dávila Miura como asesor.
¡Qué bien lo hiciste, Eduardo, hijo! . Como siempre que
hay un torero al lado de los comentaristas que, en no pocas ocasiones, no digo
que sea en ésta, parecen esos espectadores moscardones que, mientras dura el
festejo, no cesan de hablar de sus cosas que no interesan a nadie más que a
ellos.
O, casi tanto peor, se empeñan en describirnos lo que
sucede en el ruedo como si hubiéramos cerrado los ojos y anduviéramos medio
dormidos: “Se echa la muleta a la izquierda y se va a los medios distanciándose
del toro…” Y, desde nuestro sillón, frente al televisor, nos dan ganas de
completar la frase…”Cállate, sentraña, que yo lo estoy viendo también”.
No se aprecian los toros desde la barrera con la misma óptica
de quien se ha puesto muchas veces delante de ellos y los ha tenido muy cerca
tanto en el campo como sobre la arena. Se aprende tanto entonces que es como si
se recibiese acumulada una larga experiencia magistral.
Me acordé del catedrático Matías Prats. Y de Pepe
Alameda. ¡Que buena corrida nos habrían dado! Cualquiera de ellos reseñando lo
que pasaba en el ruedo. O guardando silencio que es también una forma de contar
las cosas cuando el silencio se hace expectación, indiferencia o miedo. Y tú a
su lado con esas apostillas tan inteligentes, tan oportunas, que intercalabas
en la locución del narrador.
Tan grata fue la impresión que hasta me pareció que
rayaba a similar altura que la que alcanzaba Roberto Domínguez cuando,
compartiendo micrófono con Fernando Fernández Román, decían lo que las imágenes
no explicaban por sí solas que es, ni más ni menos, el único cometido al que
deben entregarse los que están relatando una corrida de toros por televisión.
1 comentario:
Saludos, Sr. Garrido.
Me alegro volver a leerle.
Mi respeto y admiración.
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