Suelen tener ganas de hablar
para hacer más soportables las horas largas tras el volante, con sus aditamentos
de indecisiones de conductores timoratos y prisas desconsideradas de impacientes. Son los
taxistas. Integrantes de una clase profesional que siempre me ha merecido
respeto,afecto y admiración.
Los taxistas suelen ser
oyentes fieles de la radio lo que les lleva a identificar fácilmente las voces
de los locutores que requerimos sus servicios. Aunque en ocasiones se equivoquen
y nos atribuyan falsas identidades ocasionando el consiguiente deterioro de
nuestra personal autoestima.
Ayer me sorprendió uno con
su curiosidad no habitual acerca de los edificios tanto religiosos como
profanos que salían a nuestro encuentro a lo largo del recorrido que íbamos
siguiendo por el viario urbano de la ciudad. Tanto fue así que le pregunté de
dónde era y me sorprendió su respuesta: de Colombia.
Tres colombianos, dos
portugueses y un ruso trabajan como taxistas en Sevilla. Me informó otro
compañero suyo, locuaz igualmente, que, a lo largo de la carrera, añadió a su
valiosa confidencia la manifestación de la consideración y el cariño que todos
sienten acerca de Su Señoría, la jueza Mercedes Alaya, la de los Eres
fraudulentos que tiene por costumbre llegar en taxi a los Juzgados.
Antes de ser amenazada, me
confesaba este hombre, iba a la parada y tomaba el que le correspondía, sin
hacer distingos. Luego hubo de someterse a las normas de seguridad y, desde que
le pusieron escolta, siempre tiene que
coger el mismo.
Dos taxistas. Dos viveros de
información sobre temas candentes de la ciudad y de repaso a esos
imprescindibles conocimientos del legado de su historia de siglos.
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