Hoy el Ayuntamiento de Sevilla no da nada ni nada figura en ningún presupuesto oficial para quienes hacen posible la Semana Santa. Y las antiguas gratificaciones que, teñidas de graciable donativo anual, concedía el Municipio a las Cofradías se han transformado en subvenciones que éstas perciben como tributo de los espectadores que ocupan sillas en la vía pública a esa puesta en escena itinerante que son sus recorridos procesionales debidos exclusivamente al esfuerzo sostenido y personal de sus hermanos.
Mucho han cambiado las cosas. Ahora no es el Municipio el que da, sino el que cobra porque el Consejo le abona las tasas correspondientes a la ocupación del suelo, solicitando cada año, al menos con un mes de antelación, esta ocupación aportando planos y definiciones del aforo de cada sector que abarca.
Para ello el Ayuntamiento cedió al Consejo de Cofradías la explotación de las sillas de la carrera oficial y los palcos de la Plaza de San Francisco.
El último convenio, firmado en 1998, se acordó por diez años, por eso hay que renovarlo ahora, y sirvió como aval para financiar los palcos de moderna estructura que se instalaron en la plaza en sustitución de los tradicionales de madera cuyo coste ya no afrontó el Consistorio sino el organismo cofrade.
Este Consejo que acaba de ser renovado, presidido entonces por Manuel Román Silva, hizo gala desde los primeros momentos de una eficaz capacidad de gestión y empezó demostrándola en su firmeza para resolver el deteriorado asunto de las sillas de la Carrera Oficial al considerarse liberado, por haber expirado el contrato, de las ataduras legales con los cuatro silleros a los que, en los últimos años, traspasaba la representación de los cofrades la explotación de los asientos a cambio de una cantidad fija.
El Consejo, apenas tomó posesión de sus cargos, hubo de afrontar esta auténtica patata caliente que había producido un serio malestar entre los usuarios, especialmente los de la Campana, que se consideraban agraviados por las reformas que se llevaban a cabo impuestas por la adopción de medidas de seguridad y habían llegado incluso a manifestar ruidosamente su protesta contra el anterior presidente, Antonio Ríos.
El negocio de las sillas aparentaba ser tan goloso al correrse la voz, entre los introducidos en él, de las abultadas ganancias de los silleros sevillanos, cifradas según algunas fuentes en un mínimo de sesenta millones anuales, que algunas empresas foráneas con experiencia, tales como una de Valencia experta en el montaje de las tribunas de las Fallas y otra de Cádiz, dedicada a tareas similares en el Carnaval, habían efectuado ofertas por escrito un año antes.
La Carrera Oficial concebida como gallina de los huevos de oro terminó para algunos y la institución cofrade se apuntó un tanto que habría de repercutir de inmediato en las esquilmadas cajas de las cofradías llegando incluso a abastecer las de las cinco hermandades que en aquel momento no iban a la Catedral y las de gloria y sacramentales, o sea las que no forman parte del sacro desfile callejero por el centro ciudadano que origina estos ingresos.
Los que han venido obteniéndose desde entonces se han repartido en cuantía proporcionada a los gastos habidos según que las cofradías hagan su estación pública de penitencia con uno, dos o tres pasos.
Han cambiado los tiempos.Nos asomamos a un paisaje nuevo. Pero creo que conviene recordar estos antecedentes para evitar valoraciones y, lo que es peor, opiniones desinformadas de aquellos a quienes de una forma o de otra toca ahora intervenir en este delicado asunto en el que late nada menos que la esencia de la ciudad a la que dicen servir.
2 comentarios:
Lo que reciben las cofradias que no van a la catedral y las hermandades sacramentales y de gloria no llega ni para pipas.
Nadie puede dudar a día de hoy que aportar recursos económicos a las hermandades y cofradías en gran medida supone invertir en la Ciudad. La Semana Santa de Sevilla conlleva consigo una importante inyección monetaria para el sector terciario, sin duda alguna principal arteria de nuestra economía. Muchos comercios, ubicados principalmente en el Casco Histórico de la Ciudad, serían menos rentables de no verse beneficiados con la concentración de público en torno a las distintas hermandades que ponen sus pasos en la calle. La rentabilidad de la hostelería experimenta un muy considerable aumento, se disparan los precios y las ventas.
La Semana Santa de Sevilla proyecta la imagen de Sevilla al exterior, supone un barato mecanismo de marketing para el Ayuntamiento. Las cofradías de Sevilla producen un efecto imán sobre los turistas que suelen volver en años sucesivos. La Ciudad no podrá pagar nunca a nuestras Hermandades y Cofradías lo mucho que han dado por ella y no hablamos sólo de recursos económicos, la Historia con letras mayúsculas de Sevilla recoge en sus páginas principales el devenir de nuestras cofradías.
No olvidemos que el turismo principalmente está basado en una sucesión de imágenes concretas que marcaron a ocasionales viajeros que volvieron con el tiempo o que bien contaron lo que vieron, estas mismas imágenes que proyectadas audiovisualmente al exterior muestran la verdadera realidad de Sevilla. La imagen de Sevilla en el resto de España está marcada por dos acontecimientos fundamentalmente. Negar el pan y la sal a las hermandades y cofradías de Sevilla es un auténtico contrasentido. Es como envenenar las aguas del pozo donde bebes a diario.
Respecto a la gestión de las sillas y palcos las hermandades y cofradías de Sevilla y en especial el Consejo deben ser los primeros en reconocer los grandes errores del pasado. La venta de abonos, principalmente para días concretos, era absolutamente demencial. Los precios establecidos no eran respetados, asistíamos como convidados de piedra a un sucio negocio, sin tapujos hablaríamos de reventa. La mañana del Jueves Santo era aprovechada por algunos para hacer el agosto. El control en el acceso, a veces, dejaba mucho que desear. Para muestra un botón en el último Santo Entierro Magno. El número de personas concentradas en la Avenida superaba con creces al correspondiente en sillas. Los pasillos completamente bloqueados y las quejas de los abonados tan persistentes como justas. No podemos olvidar como algunos silleros hacían un muestreo entre los abonados en la tarde del Jueves Santo para comerciar con las sillas que quedarían vacías para la Madrugá. El relevo de la gestión de sillas y palcos ha sido tan misterioso como catastrófico. Usuarios que habían conseguido el abono en los últimos años tras durísimas colas se vieron privados de su derecho y todo por algo que llamaron “error informático”, por supuesto que el Consejo ni siquiera tuvo a bien ofrecer una mínima disculpa y mucho menos a reparar el daño ocasionado.
No encuentro sentido alguno a todo tipo de gravamen por parte de la Autoridad Municipal hacia la ocupación de zona pública a quienes hacen un uso de la misma para el bien general de los ciudadanos. Que parte de ese dinero vuelva a las hermandades supone un pequeño parche para tapar un gran agujero.
Por último quisiera hacer hincapié en algo fundamental: las hermandades y cofradías de Sevilla no persiguen un fin de lucro, sus objetivos fundamentales están en el culto interno, la caridad, la formación y por supuesto el culto externo, un culto externo que es el gran tesoro del que disfruta toda una Ciudad. Para unos esta riqueza va ligada a los sentimientos y al arraigo, pero al fin todos los sevillanos nos vemos beneficiados.
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