Es una rima triste, pero verdadera. Como un estribillo de ciego para cantar con el cartelón de las viñetas del crimen y el puntero por mesones y posadas El recién nombrado ministro de justicia ha cometido la inoportunidad de meterse en él. Ya aparece dibujado, todo barba tupida y escondida sonrisa, en la última escena. O en la penúltima o antepenúltima, quien sabe.
Ha dicho el ministro, como por desgracia se ha divulgado con profusión, que defiende el derecho a mentir de los imputados por el crimen de Marta del Castillo y ha aclarado su rechazo a la utilización de medidas que endurezcan los interrogatorios.
Así, como lo leen. No se ha dirigido a la doliente familia de la chiquilla asesinada y desaparecida. No les ha aconsejado sobre los pasos que pueden dar ahora y las gestiones que puedan emprender. Ha recordado al asesino confeso y a los miembros de su cuadrilla siniestra que tienen derecho a seguir mintiendo.
Al ministro le traiciona su subconsciente cuando se justifica diciendo que a nadie le gustaría hallarse en el papel de los acusados y ser presionados hasta el límite, en lo que, de partida, podemos estar de acuerdo porque todo el sistema se fundamenta en el principio de la presunción de inocencia, sin que ello impida la formulación de una pregunta: ¿porqué tiende a meterse en la piel de los verdugos y no en la de las víctimas?...
Ignoro cuales son los sistemas que utilizan nuestros Cuerpos de Seguridad del Estado para interrogar a los detenidos y tratar de obtener de ellos la descripción verdadera de un hecho delictivo. Supongo que estarán basados en la aplicación científica de la psicología y que disponen para ello de un tiempo limitado que se alarga hasta el momento en que, por imperativo del ordenamiento jurídico, los acusados pasan a disposición judicial. A partir de ahí, entiendo que son los jueces los encargados de hacer preguntas.
Desconozco, por tanto, si los policías y los jueces se han sentado para ejercer sus funciones en los bancos de alguna Facultad de Psicología y si estos últimos disponen de la tenacidad que se les atribuye a los servidores del Orden Público para acometer pacientemente una formulación repetida de las mismas interrogantes con distintas palabras hasta que los presuntos se derrumban y empiezan a entonar “La Traviata”.
Ahora temo, tras haber leído a Caamaño si, según su manera de interpretar lo legislado, esto es “presionar hasta el límite” porque en ese caso estamos perdidos.
El Juez decano de Sevilla ha escrito (·) que “la sociedad española no valora suficientemente a los jueces y magistrados y así lo plasman las encuestas” afirmando, además, que “los jueces españoles trabajan mucho y muy bien, pese a las carencias por todos conocidas”… Pues, señoría, al lío: caminando, que es gerundio. “Obras son amores y no buenas razones”.
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(.) “La Razón” 11 de mayo de 2009.
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