Pues sucedió que cuando hubo finalizado la corrida anunciada pomposamente como mano a mano entre dos de las recién encumbradas figuras del toreo, el público que había soportado pacientemente que no se cortara ninguna oreja, ni se diera ninguna vuelta al ruedo, ni siquiera hubieran tenido que asomarse al tercio a saludar ninguno de los actuantes, esperó que desfilaran de retirada las cuadrillas sin abandonar sus localidades, pitó con fuerza a Perera que era el primero, redobló la pita al segundo, que era Daniel Luque y trocó las lanzas en cañas cuando abandonó el ruedo el sobresaliente Antonio Fernández Pineda.
De esta guisa aconteció y así puede narrarse para asombro de generaciones presentes y venideras que inocentemente esperan y pueden esperar sentadas que los mano a manos de hoy sean como los de antes, cuando los toreros salían a dejar k o al adversario, ardían los tercios de quites y en toda la plaza se respiraba el ambiente enardecido de las caballerescas contiendas.
Nada parecido a lo de ayer. Tanto Miguel Angel como Daniel salieron a cumplir el contrato que les habían firmado sus respectivos apoderados y a complacer el capricho de la empresa quien sabe si más dada a ahorrarse los devengos del tercer espada que a propiciar un espectáculo emocionante.
Y, por si fuera poco, la descortesía y carencia absoluta de compañerismo que ambos mostraron hacia el sobresaliente al que no ofrecieron ni la más mínima posibilidad de abrirse de capa. Y esto en Sevilla no se perdona. Si una de las características de la Maestranza es el cultivo de las buenas formas y hasta el torilero, vestido de señor en traje de calle, se quita la gorra cuando recoge la llave que le entrega el alguacilillo, esa desatención motivada tal vez por el temor de que el sobresaliente estuviese mejor que los espadas titulares desentona con tintas agrias. Y la consecuencia ya se ha dicho cual fue.
Antes habían aparecido siete ejemplares de Fuente Ymbro,porque uno fue devuelto, ninguno sobrado de fuerzas pero algunos, dos sin ninguna duda, que fueron bravos y nobles y resultaron aplaudidos en el arrastre. Para su desgracia los dos le tocaron al extremeño Miguel Angel Perera que hubiera convencido con sus inadecuados trasteos y sus frecuentes enganchones a cualquier público menos al de Sevilla. ¡Ay, amigo! : Ese es el problema. Que a pesar de las ingerencias foráneas que se soportan estos días el público de la Maestranza sigue siendo tan docto como sufrido. Y por eso pasa lo que pasa.
En fin un enfrentamiento ficticio entre dos ficticias figuras del toreo saldado con cero patatero en el que el único repique de palmas fue para el espada de recambio al que ni siquiera invitaron los actuantes a compartir ningún tercio de quites.
Ah ¿pero es que hubo quites?
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