viernes, 23 de abril de 2010

Otra vez los toros.

Poco ha dejado para contar el décimo quinto festejo del Abono. Aunque el quince sea la niña bonita, el resultado no ha podido ser más feo que ese Pício cuya fealdad sigue ponderando el vulgo que debía ser una criatura repulsiva.

A tanto no han llegado los toros de Alcurrucén que, si han de salvarse por algo, lo pueden hacer por su presentación y espectacularidad. Un negro mulato y los demás, coloraos, en un recital de variedades de ese pelo que iba desde el colorado sin más al colorao bragao y al berrendo en colorao denominados precisamente con nombres músicos: Tamborilero… Guitarro… Pianista, pero todos desafinados.

Una vez más las condiciones de las reses se han bastado y se han sobrado para hundir los buenos propósitos de los actuantes. Y como lógica consecuencia los tres se han ido de vacío ya que únicamente Rubén Pinar fue premiado con la vuelta al ruedo en el tercero de la tarde tras haber malogrado con los aceros su faena a este toro, el único de comportamiento aceptable en el último tercio.

No ha tenido,pues, la presidencia, ocupada en esta ocasión por Anabel Moreno Muela, los problemas de decisión a los que se han enfrentado sus compañeros en el palco los días anteriores lo que, con el espacio que sobra por el pobre resultado de esta corrida, me va a permitir formular una cierta reflexión sobre la regla que han venido siguiendo.

El Reglamento Taurino de Andalucía precisa en su artículo 59 que “la concesión de la primera oreja se realizará por la Presidencia, a petición mayoritaria del público mediante la tradicional exhibición de pañuelos blancos o elementos similares”. No detalla nada más. O sea no dice que el público sea el de las localidades de sol o las de sombra. De manera que si en las primeras se sientan mil espectadores y en las segundas diez no hay que esperar que estos se sumen a la petición general del público de la solanera para otorgar el primer trofeo.

Sin embargo nunca se hace así. Desde la perspectiva de su ubicación el presidente contempla el panorama de pañuelos al viento y aunque flameen en todo el Sol, con que en la sombra se aprecien algunos calveros, niega la concesión.

Decisión injusta. Eso significa condicionar la expresión de los más al capricho de los menos. En el sol además pueden sentarse aficionados de solera. Y en la sombra asistentes de la presunta high society más dados a ser vistos que a presenciar el festejo que luego aplaudirán hipócritamente la decisión presidencial.

No se si esto servirá para algo tras haberlo escrito. Mucho me temo que no. Pero tenía que hacerlo en defensa de los toreros que ven malogradas sus ilusiones simplemente porque un sector minoritario del público se considere protagonista de un espectáculo que pertenece a los que se juegan la vida sobre la arena .

Y, a propósito, se viene marginando el contenido del primer apartado de este artículo. Ese que dice que “los saludos y la vuelta al ruedo los realizará el espada, el banderillero o el picador”.

Ayer los merecieron Pedro Muriel y Matias Tejela por el quite que hicieron a Miguel Angel Garcia tras su par de banderillas seguido y casi alcanzado por el toro… Agustin Moreno por su ortodoxia al picar al sexto y José M. Montoliu espeluznante resucitando a su padre, a quien no pudo ver porque lo mató el toro, pareando exactamente igual que él lo hacía.

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