Yo no creo en las supersticiones. Pero en un Martes y trece lidiar una corrida de Palha sobre el papel es una temeridad. Y si la corrida se celebra en la Maestranza, un silicio penitencial para el público sevillano.
Échele usted kilos de paciencia y metros de compresión y se quedará corto. Unos Palhas que no son Palhas, que no tienen la dignidad de parecerse a sus antepasados que llenaban las páginas de La Lidia con imágenes aterradoras que, con solo contemplarlas en los dibujos de Perea, daban ganas de meterse debajo de la cama, se han lidiado en la plaza más bonita del mundo defendida de los presumibles aguaceros con la gabardina de una lona difícil de quitar y premiosa de doblar hasta retrasar el horario de comienzo del festejo.
Decían que los Palhas eran los Miuras de Portugal. ¡Oh tempo, oh mores!... Ya… ni la sombra. Con una identidad perdida entre los diversos cruces que han venido haciendo los actuales rectores de la vacada y un comportamiento para los toreros a medias entre la falta de casta y los excesos de las malas ideas, protagonizaron un Martes y trece para olvidar con cogida grave del mejicano Arturo Macias.
¿Y qué hacía el público ante el espectáculo de bostezos y miradas impacientes al reloj de la plaza?... Aguantar. Soportar. Resistir. Sobrellevar… y, en el fondo, conjugar en todos sus tiempos, un verbo muy utilizado en la expresión taurina: tragar.
En la Maestranza se traga todo. Y no se indigesta nada. Y si los espadas que no van a disfrutar de otra oportunidad ( que ya es sarcasmo llamar a eso oportunidad ) se avienen a torear un festejo así es porque saben que lo que hagan ante los infumables animales que salgan por los chiqueros será valorado en su justa medida por este auditorio de los altares: San Público bendito de la plaza de toros que regentan los señores Canorea y Valencia.
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