Me contaba el recordado Rafael Belmonte, médico, poeta, escritor y hermano de aquel Juan, inventor del toreo moderno, que fue conocido como “El Pasmo de Triana”, que en una ocasión en la que toreaba en la Maestranza El Viti, como éste al llegar el momento de practicar la suerte suprema, encontró que el toro no le juntaba las manos según él pretendía, le daba reiterados pases por un lado y otro y, tras comprobar si había cuadrado o no, seguía y seguía hasta que un espectador le soltó desde el tendido:
-- ¡Viti... anda que no serás tu na aparcando el coche!
Ayer he recordado esta anécdota cuando escuché que otro espectador cansado de soportar los miedos y el tedio que proporcionaban los presuntos animales bravos que salían de los chiqueros le gritó al empresario:
-- Canorea ¿dónde has comprado estos toros… en los chinos?
En una serie de festejos en el que hasta ahora el mejor encierro ha sido el que salió con el hierro de El Pilar, ayer precisamente el ganado ha estado en las antípodas de éste. Y, por si fuera poco, el sobrero no le ha ido a la zaga. Un toro viejo, grandullón y mal pensado que puso en aprietos nada menos que al catedrático Enrique Ponce y podría clasificarse con merecimientos propios en la lista de los peores que se han lidiado en el ruedo maestrante.
Pero en esta corrida, justo en esta corrida, en la que el maestro de Chiva hasta ha llegado a temer que le echaran el toro al corral y Talavante ha visto frustados sus deseos, a pesar del empeño que ambos han puesto por lograr el triunfo, la única vuelta al ruedo, tras una infructuosa petición de oreja, la ha dado Manuel Jesús el Cid.
El torero al que, a pesar de las grandes temporadas que ha protagonizado, no se le venía reconociendo suficientemente el mérito y en estos momentos, que, hasta ahora, algunos han dicho que no han sido sus mejores, muchos hurgaban en la herida para hacer más sangre.
El Cid ha vuelto a obtener el triunfo en Sevilla. Y en su Maestranza. Aunque para que hubiera sido redondo la plaza entera debería haber secundado el ejemplo de los que tras el soberbio estoconazo con el que dio fin a su enemigo,( anótese con subrayado: un estoconazo, él que tantas faenas esplendidas ha malogrado con la espada ) sacaron el pañuelo y lo hubiera sacado también solicitando implacable la oreja que, recatero, le negó el palco presidencial.
Nadie le ha regalado nunca nada al torero de Salteras. Y esta vez tampoco había de ser distinta. A Manuel Jesús le arropan su pueblo, sus amigos y los que de verdad saben distinguir el toreo honrado del que no lo es.
Dicen que en esta corrida ha comenzado su recuperación. Pero ¿es que tenía algo que recuperar?...
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