lunes, 5 de abril de 2010

Júbilo pascual en la Maestranza.

Solo por ver cómo cuidan la plaza de toros, puede perdonársele a los maestrantes que sigan manteniéndose como grupo elitista y que traten de redimir, con los premios que ahora conceden a los estudiantes que finalizan con éxito la carrera, su pasado del siglo dieciocho, el de la creación del coso, cuando ejercían sobre la ciudad su influencia, hoy perdida, de ignorante holganza, salvo luminosas excepciones que siempre las hubo.

Con el Pregón, esta vez sonó la flauta que no es el instrumento de los agujeritos sino la trompeta de metal sonoro del toque de clarín de Julio Vera desde el tejadillo de los chiqueros.

Criticada ha sido la elección de cartelistas y pregoneros en los últimos tiempos acumulando desaciertos y si bien es difícil seguir hablando del cartel de este año, en el que la histórica plaza sevillana no se ve por parte alguna, de la exaltación pregonera conviene hacerlo porque se acaba de celebrar y porque el tono de las palabras por fuerza ha de ser de entusiasmo y pañuelo en la mano.

El filósofo francés Francis Wolff la pronunció en la mañana del Domingo y fue, como era de suponer, una meritoria exposición del argumento que ha empleado para la defensa de las corridas en el Parlamento Catalán. El filósofo expuso las razones que le llevaron a escribir este texto y por qué se puede seguir defendiendo la fiesta en el siglo XXI. Es decir que hizo un resumen de su nueva obra, ’50 Razones para defender las corridas de toros’ que podría suponerse pudo tener como mejor escenario la Librería Beta o La Casa del Libro.

Sin embargo ocupó el del Lope de Vega donde ese mismo Pregón lo iniciara en 1983 Juan de Dios Pareja-Obregón y siguieran, nada menos que Francisco Montero Galvache, Manuel Benítez Carrasco,don Alvaro Domecq, el médico Ramón Vila y muchos más que rayaron a gran altura y no desmerecieron en absoluto de tan ilustres predecesores.

A Francis Wolf esta vez le ocurrió lo mismo.Hacia tiempo que no terminaba el acto con el público puesto en pie clamando ¡torero! ¡torero! Y el domingo este fue el resonante final.

Luego al abrirse la tarde como una rosa de Primavera, la plaza estaba “de durse”, remodelada y presumida, y el barroquismo de Morante y la exquisitez de Manzanares hicieron bajar desde los tendidos el auténtico júbilo de la Pascua de Resurrección.

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