domingo, 11 de abril de 2010

Lágrimas de novillero.

Ese dicho antiguo de que “cuando hay toros, no hay toreros y cuando hay toreros, no hay toros” admite una razonable anticipación aplicándolo a los aspirantes a figuras de la torería.

Lo que pasa es que, aunque pueda parecer duro proyectar la exigencia de la frase sobre la tierna aspiración de los novilleros jóvenes, hay que desprenderse de bondades y conmiseraciones si se quiere corresponder a la exigencia de la Fiesta Brava.

Cuando un ganadero triunfa como tal y los animales que aparecen en la plaza manifiestan unas muy aceptables condiciones para la lidia hasta el punto de que concitan los análisis de los críticos en la opinión compartida, los novilleros no pueden lamentarse ante el resultado paupérrimo de unas escasas vueltas al ruedo. Y aunque alguno salga llorando cuando finaliza su segunda oportunidad sin alcanzar el triunfo con el que soñaba, el enternecimiento se aleja cuando se vuelve la vista atrás, a esos novilleros, cubiertos con vestíos de torear de luces apagadas arrendados a Manfredi que cuando afirmaban que salían a darlo todo o abrían la puerta del Príncipe o la de la enfermería de la plaza.

Esto fue así. Y esta es la verdad de perdernal de la Fiesta brava. Bajar el listón de la exigencia como se toleran las asignaturas pendientes para ascender de un curso a otro puede resultar la práctica actual cuando los políticos cultivan la permisividad para seguir consiguiendo la adhesión de la juventud de la botellona traducida en los votos que les permitirán mantenerse en el poder que es lo único que les importa. Pero el toro, desde novillo, y aun desde añojo, no entiende de mimos ni de suavidades. Y exige como lo hizo siempre.

Las fotos de los toreritos nuevos posando en el estudio estrenando el traje de seda y oro que le haya comprando su mentor son muy significativas. Ninguna de ellas atraería las miradas de aquellos antiguos parroquianos que, ante una verónica o un natural inmortalizados en las fotos que adornaban las paredes de las barberías, recordaban faenas valientes de aquellos que hicieron el paseíllo dispuestos con autenticidad a darlo todo.

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