martes, 12 de junio de 2012
Reloj nocturno
A las tres y veinte de la madrugada Carlos se encuentra en su casa. Un apartamento reducido en el que vive solo tras haberse divorciado.Lo se porque a esa hora me envía un correo informático contestando algunas dudas que me han salido al paso deteniendo el avance de la redacción del capítulo ocho de mi nueva novela. No hay respuestas ni en Wikipedia ni en las hemerotecas ni en los libros. Solo él puede contestar. Y lo hace. Imagino que con los ojos cargados de sueño y el ánimo arrugado de nostalgia y decepción.
Carlos es de mi edad. Algo más joven. Siempre se dedicó a la enseñanza privada. Vive hace menos de un año en una ciudad costera tras la ruptura de su matrimonio. Cada escapada nocturna le hace recapacitar en la tiranía de los años y, cuando se van, en el hueco que dejan sin rescate posible.
A las tres y veinte de la madrugada, mientras mi amigo Carlos atiende mi consulta y repasa el texto que ha escrito haciendo acopio de sinónimos, unos dedos suaves, como de pétalos de rosa, acarician mi mejilla despertándome.
-- Abuelo – oigo que musita en mi oído una voz hecha susurro – No me deja dormir una pesadilla. Tengo miedo. Ábreme un hueco entre la abuela y tú.
Enciendo el portátil de la mesita de noche y veo alumbrada la figura de mi nieta en su pijama rosa aguardando anhelante mi reacción. Entra en el lecho. Se acurruca a mi lado. Y se queda inmediatamente dormida.
Carlos, mi amigo y asesor, habrá pulsado la pestaña del ordenador que pone “enviar”, con cuyo gesto impulsará el vuelo de su escritura que yo leeré a la mañana siguiente. Entrará en su cuarto de baño y se limpiará los dientes, borrando de su boca el último vestigio de los besos de esa alumna interesada y complaciente con la que ha compartido el penúltimo trago en el bar de copas.
Una ojeada distraída al bote de tintura para su cabello le avisará que está llegando a su final. Mañana deberá reemplazarlo por otro.
Su cama está fría. Cada vez la encuentra más gélida cuando se introduce entre las sábanas. Cae la media desde el reloj de la torre cercana. A las siete sonará el despertador. Pretende descansar y alejar todo eso en lo que no quiere pensar nunca. Pero piensa en ello sin remedio.
Mi nieta se adueña de más de la mitad del sitio que le corresponde y me empuja al borde del colchón. Sonrío y me duermo profundamente.
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