Como soy hombre “un poquito mayor” no me considero inmerso en la corriente del Halloween en la que se dejan arrastrar mis nietos. Soy por el contrario evocador nostálgico del Tenorio y a su controvertida figura proyecto dedicar este comentario y probablemente los dos o tres que le sigan porque me voy a retrasar en el tiempo para contar algo que probablemente ignoren las nuevas generaciones.
Los años cincuenta estaban llegando a su fin. A Sevilla le habían venido muy bien. Las angustias y apreturas de la postguerra habían quedado atrás. Y, por el contrario, la ciudad progresaba inmersa en avances industriales que proporcionaban trabajo a sus habitantes y alta proyección a su futuro.
Las zozobras, los miedos y las inquietudes que habían ido progresivamente atenuándose hasta disolverse en la década anterior habían dejado paso al restablecimiento de la serenidad y la confianza en un horizonte alejado de lutos. Se hacia necesaria como complemento la recuperación de la risa y entonces se produjo un hecho que podía haberse presentido, pero que resultó absolutamente inesperado.Un grupo de profesionales de la radio convirtió al Tenorio de Zorrilla de drama romántico en el suceso de mayor comicidad que se había producido en los últimos tiempos en los escenarios de los teatros sevillanos.
Digo que la cosa podía haberse presentido porque el encargo de la sustancial transformación lo recibieron Manuel Barrios y Agustín Embuena, fecundos guionistas de programas radiados que entonces trabajaban juntos en la Emisora en Sevilla de Radio Nacional de España y disponían de prestigio suficiente entre los escritores de humor como para confiar ciegamente en ellos.
Barrios, admirador y conocedor profundo de la obra de Enrique Jardiel Poncela de quien no desdeñaba ser considerado en parte su continuador literario, ya tenía en su haber la creación, junto a Alfonso Contreras, del programa humorístico “Piruetas”, un hito en la creatividad de emisiones para hacer reír que la emisora nacional ponía en antena todos los días al final de la programación de sobremesa. Embuena estaba sobradamente acreditado como fabulador inimitable dotado además de una increíble capacidad de trabajo. Dominador de la prosa y el verso, redactor infatigable tanto de adaptaciones como de guiones propios bien para concursos, bien para emisiones de radioteatro y experimentado profesional de la palabra, Agustín brillaba como autor y como intérprete en la radio y sobre el escenario.
No podía encontrarse mejor pareja para abordar la versión humorística del drama del burlador al que Zorrilla no había escatimado ninguno de los ingredientes del enredo luctuoso con tenebrosas incursiones en la escatología.
A ello se unía la aportación como improvisados actores del personal de la emisora. Nombres conocidos de los oyentes de presentadores de programas, animadores de concursos, locutores de servicios informativos y actores del cuadro escénico de la emisora encabezaban la larga lista de técnicos, operadores de sonido y hasta de administrativos que deseaban participar en la diablura.
Todos se embarcaron en este proyecto con tanto entusiasmo que consiguieron un éxito insólito en el teatro de humor.Tras estos párrafos, para abrir boca,prometo seguir contándolo en la siguiente “entrada” en este blog.
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