martes, 1 de octubre de 2013

HACIENDA LE HACE FELIZ



Digo mal. Con Hacienda, y sus recaudatorias decisiones, no se complace nadie. El lunes último, en la serie “Isabel”, que a mí y a mi mujer nos agrada mucho, aunque sea criticada por alguno de nuestros estrictos estudiosos antiguos de la Historia de España, nos lo demostraba la tele con esas secuencias en las que los mercaderes de una lonja apedreaban con saña al ilustre judío al que poco antes había distinguido la soberana con el titulo de recaudador mayor del Reino.
Hacienda, el Fisco, aunque ahora se maquille con el apelativo informático de Agencia Tributaria, no nació para alegrarle la vida a nadie (salvo a los que conocen las triquiñuelas para sortear sus exigencias) y menos los que la sirven, aunque puedan cometer graves errores, con total impunidad, si, como conclusión de sus ignorancias o, en suma, de sus torpezas, conscientes o inadvertidas, al final barren para casa.

De un tiempo a esta parte, Hacienda se halla empeñada… (Tiempo verbal no muy adecuado para emplearlo a quien, con su tenacidad recaudatoria, obliga a empeñarse a los demás) en perseguir, para que sirvan de escarmiento, a algunos de los famosos o famosillos que, según su personal criterio, no cumplen con sus correctas obligaciones fiscales. Es decir, inclinada a resucitar aquella campaña vomitiva en la que Borrell sentó a la pobre Lola Flores en el banquillo.

Mi amigo sonríe satisfecho, guardando en el bolsillo de su chándal, la hoja que acaba de arrancar del periódico. Es la que recoge un dictamen de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude sobre los plazos en que prescriben las posibles infracciones para que sea aplicado a importantes personajes de la política nacional, pero que como todos somos iguales ante la ley, abre un amplio campo de protección a quien lo invoque.
--Conozco a un personaje que va camino de la popularidad al que esto puede gustar mucho.

Esto me dijo antes de marcharse a toda prisa para escanear el texto y mandarlo por Internet. Y, como no añadió nada más, me dejó tan boquiabierto como si estuviera oyendo al ministro Montoro afirmar seriamente que las pensiones no perderían poder adquisitivo.

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