"Un fuerte temporal abate la península”. Mi ordenador me
sirvió esta frase a modo de titular de un informativo. Como abate es la tercera
persona del indicativo del verbo abatir cuyo significado es derribar o echar
por tierra, si la construcción literaria hubiese sido buena, en ese momento los
peninsulares, léase españoles y portugueses, hubiéramos estado tan arrinconados
como boxeadores agazapados en la esquina del cuadrilátero esperando que sonase
la campana.
La frase no es cualquiera de esas que aparecen en los
programas de alguna televisión local entregada con ardoroso entusiasmo a
demostrarnos que somos “ansi”, y auto complacida de hacer “feliz a todos los
niños” sino nada menos que en el servicio Bing de noticias de Internet.
Obviamente sobra la a inicial. El temporal puede batir,
que es, según el diccionario de la RAE, derribar o pegar golpes y, en su cuarta
acepción y referido al mar o al agua, dar en una parte sin estorbo alguno. La
letra inicial del alfabeto convierte el fragor de las olas gigantes y el viento
desatado en un clérigo francés. El abate Fleury fue un distinguido eclesiástico
galo, autor de “Las costumbres de los cristianos” un libro muy leído en la
España que se acercaba a la cultura en el siglo XVIII.
Pobre gramática. Zarandeada sin pudor por los usuarios del
whatsApp y alterada a capricho por quienes hoy se atreven a mancillar sus
dominios sin recabar permiso.
A mí no me dejan sacar una muela porque no soy dentista…
ni me permiten graduar unos ojos para que lleven gafas porque no soy optometrista… ni me autorizan planificar una
construcción porque carezco de las titulaciones de aparejador o arquitecto,
pero cualquiera se adueña de un micrófono o un teclado para decir las
simplicidades que quiera con las incorrecciones idiomáticas que le surjan en el
camino y si se califica a sí mismo de periodista puede tener la tranquilidad de
que no habrá ni asociación ni facultad
que se lo impida.
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